A cada rato oímos a alguien que sustenta su discurso con un “lo dice la ciencia”. El presidente Petro lo afirma varias veces en sus discursos sobre energía y el cambio climático. Lo dicen los políticos, pero muy rara vez los científicos, porque la ciencia no suele ‘decir cosas’. A veces, es verdad, enumera hechos reales, pero con mayor frecuencia plantea propuestas para discusión. A veces predice, con cautela, la probabilidad de que algo ocurra. Las ‘verdades’ en ciencia son alcanzadas en consensos poco frecuentes y muy difíciles, que permanecen siempre en discusión. Hasta Newton fue puesto a prueba.
En una época la frase que se usaba era “está escrito”; porque las verdades solo quedaban establecidas cuando eran reveladas en un texto sagrado. Después, y hasta hace no mucho, se usaba el argumento magister dixit: ‘lo dijo el maestro’. Eso definía las discusiones entre los escolásticos en la Edad Media, y el maestro, por supuesto, era Aristóteles. Los filósofos pitagóricos usaban en cambio ipse dixit: ‘él mismo lo dijo’. Ellos se referían seguramente a Pitágoras, pero nos cuadra bien para los tiempos modernos; cuando alguien usa la referencia a la autoridad del maestro, en realidad se refiere a sí mismo. La alusión a la fuente de autoridad es solo para despistar. Es la falacia argumentativa que llaman argumentum ad verecundiam: ‘argumento de autoridad’.
Cuando la ciencia en verdad dice algo, la afirmación es seguida de un ‘pero...’ con una cantidad de reservas: cuáles fueron los supuestos usados como premisa, las circunstancias en las cuales la afirmación es cierta, los límites dentro de los que se cumple, las probabilidades de que en efecto ocurra, y mucho más. La afirmación científica sin todos esos peros es insuficiente. Por eso es poco frecuente que un científico afirme que ‘lo dice la ciencia’.
La afirmación científica sin todos esos peros es insuficiente. Por eso es poco frecuente que un científico afirme que ‘lo dice la ciencia’.
El campo en el cual últimamente se usa este argumento de autoridad es el del cambio climático y su impacto en el medio ambiente. Debo decir algo antipático (alguien debe decirlo) sobre el ambientalismo hoy. Hay dos grupos bien diferenciados. En uno están los verdaderos expertos: ecólogos, meteorólogos, geólogos, químicos, físicos, biólogos, matemáticos, ingenieros aplicados y más. El otro grupo asumió una curiosa particularidad de esta área en la que cualquiera puede ‘autotitularse’ solo porque se siente emocionalmente vinculado, no tiene que saber nada.
Así, los primeros investigan sistemas complejos, como los atmosféricos, en los cuales un pequeño cambio en las condiciones iniciales genera cambios drásticos y poco predecibles en su evolución. Los otros se dedican a sistemas confusos, como los discursos y las manifestaciones. Lo complejo vs. lo confuso.
Hoy es evidente que la descarbonización del transporte y la industria va a ser lenta e insuficiente para generar los cambios esperados. Las conferencias de cambio climático de la ONU han producido documentos más o menos buenos, de pobre cumplimiento. Las soluciones de los políticos son poco realistas, a veces contraproducentes. En cambio, ese primer grupo de ambientalistas, sin ruido, busca soluciones tecnológicas originales, diseña, analiza y calcula impactos.
Un ejemplo es cómo los es solares han rebajado su costo a una diezmilésima del inicial, en pocos años. La mejor política es aumentar la inversión en investigación científica y desarrollo tecnológico. En anteriores columnas he mencionado ideas que parecen ciencia ficción, pero que son más realistas que los discursos, y van en camino. Eso mismo diría la ciencia si se le pidiera que ‘diga algo’.
No hay que perder el tiempo con iniciativas sin impacto, y con discursos sustentados en el ipse dixit; es decir, en que quien los pronuncia lo hace para él mismo.
MOISÉS WASSERMAN