Hace unos días los cables internacionales comentaron que el laboratorio JET, en Inglaterra, había batido un récord en la cantidad de energía producida en un experimento de fusión nuclear controlada. El experimento produjo once megavatios durante cinco segundos. Fue una cantidad de energía que hubiera servido para hervir 60 ollas de agua. Visto así no parece impresionante, y tal vez por eso la noticia haya pasado inadvertida.
Pero es una noticia grandiosa. Uno de los científicos a cargo declaró: “Fuimos capaces de crear una miniestrella en la Tierra y mantenerla por varios segundos”. La figura que usó no es extraña, el proyecto de fusión nuclear chino se denomina “Sol artificial”. La noticia valida la estrategia tecnológica de un experimento mucho mayor, el Iter (reactor termonuclear experimental internacional) que se construye en Cadarache, en el sur de Francia, a un costo de veinte mil millones de euros, y con la participación de 35 países, entre ellos Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, China y Rusia. Si las cosas marchan bien (y esta noticia es un augurio), lo prenderán experimentalmente en 2025; en 2035 se pondrá a funcionar continuamente, y en 2050 lo habrán replicado en muchos lugares del mundo para que sea una importante fuente de energía.
El ingenio humano tiene pocos límites y se debe aplicar también en una planificación inteligente del uso de recursos, que nos lleve a un mejor futuro.
El fenomenal reto tecnológico de crear una estrella en la Tierra aprovecha progresos de la física del siglo XX. El reactor reproduce la forma como las estrellas generan energía. En ellas, su masa inmensa genera un colapso de los núcleos de átomos en lo que se conoce como el cuarto estado de la materia, el plasma, que es (descripción simplista) un gas en el que se pasean libres las partículas elementales que componen los núcleos. En el Sol eso sucede a una temperatura de unos diez millones de grados; en la Tierra, sin la gravedad del Sol, la temperatura debe ser diez veces mayor. La fusión planeada es de dos núcleos de isótopos (misma carga, diferente masa) del hidrógeno: el deuterio y el tritio. La masa del helio resultante es ligeramente menor, apenas 0,5 por ciento de diferencia con la de los núcleos fusionados. Esa masa ausente se convierte en una cantidad fabulosa de energía, según la famosa fórmula de Einstein E = mc².
Una gran ventaja de ese reactor nuclear sobre los actuales de fisión es que sus residuos no son radioactivos (o pocos, de baja energía y corta vida) y su “combustible” es de abundancia prácticamente infinita y bajísimo costo. Tendremos entonces una fuente de electricidad inagotable, sin contaminantes y muy barata.
¿Quiere eso decir que solucionamos todos nuestros problemas? ¿Toda la energía que queramos con cero gases de efecto invernadero? No, eso quiere decir que para la segunda mitad de este siglo contaremos con esa gran fuente de energía, sin excluir otras complementarias como la energía solar y la eólica, ni el petróleo y el gas, que seguirán siendo importantes en muchos usos. Tampoco eliminará el efecto invernadero, al cual contribuyen otras actividades humanas como la ganadería, la agricultura y algunas industrias, y eventos geológicos que no dependen de nosotros.
Para disminuir el uso de combustibles fósiles será necesario el crecimiento inmenso de la minería. Para disminuir el calentamiento global se deberán desarrollar tecnologías complementarias y novedosas para producción de alimentos, construcción, transporte y más.
Si algo señala esta gran noticia es que el ingenio humano tiene pocos límites y que se debe aplicar también en una planificación inteligente del uso de recursos, que nos lleve a un mejor futuro. Dice, por otro lado, que las soluciones se encuentran actuando, investigando, innovando y arriesgando, no “dejando quieto”, como ahora pretenden algunos falsos profetas que ven el futuro como un regreso al pasado.
MOISÉS WASSERMAN