Una investigación reciente devela uno de los asuntos más olvidados por la historiografía nacional y la crítica de arte: la ausencia o invisibilización de las mujeres pintoras colombianas del siglo XIX y principios del XX.
Escasamente hablábamos de Débora Arango y muy tardíamente; de resto, los críticos de arte, todos hombres, han tenido profundas omisiones a tal punto la historia nacional en este tema parece exclusivamente masculina.
Pues bien, un profesor de la Universidad Javeriana, Carlos Alberto García Galvis, concluyó años de trabajo para mostrar que las mujeres, lejos de tener una presencia decorativa, fueron grandes exponentes de la pintura nacional y que quizás es hora de reivindicarlas y nombrarlas al mismo nivel de sus pares artistas hombres.
El libro arranca contando en apasionantes fragmentos cómo las mujeres iniciaron su incursión en el arte a través de escuelas, más o menos formales, que estaban destinadas a educarlas en las artes decorativas, un poco para ocuparlas sanamente mientras sus maridos trabajaban; por tal motivo, señala García, “se consideraba que gran parte de la producción femenina no tenía valor para la historia del arte”.
La investigación recorre, con mucho detalle, la creación de las primeras Escuelas de Bellas Artes y las dificultades de las mujeres para acceder en la misma proporción de los hombres a la formalización de los estudios. Sin embargo, esas mujeres insisten y se insertan lentamente en las exposiciones que se organizan a finales del siglo XIX.
Gracias al auge del feminismo, empezamos a descubrir y reconocer mujeres cuya participación tanto en las artes (literatura, música y pintura) como en los ámbitos de la política fue sobresaliente.
El autor recorre todas las exposiciones artísticas entre 1841 y 1910. Es un trabajo muy juicioso, que nos muestra todas las disparidades posibles en estos certámenes, pero donde poco a poco se va viendo que la educación artística, ciertamente precaria, rinde sus frutos. Y comienzan a surgir grandes talentos. Y entre ellas dos pintoras sobresalientes, tristemente muy poco nombradas en el canon nacional: Margarita Holguín y Caro y Rosa Ponce de Portocarrero.
Me interesa particularmente en este libro la historia de Margarita Holguín. Si bien fue una pintora muy talentosa, el autor muestra cómo fue presa de los prejuicios y valoraciones de la época para el análisis de su obra, aun siendo mejor que muchos de los artistas hombres de su misma generación. Los críticos de su época y del siglo XX, muy patriarcas, nunca la ponderaron.
Gracias al auge del feminismo, de la categoría de género como una herramienta de análisis y del descubrimiento de la historia de la vida privada en la década de los 60 y 70 del siglo pasado, empezamos a descubrir y reconocer mujeres cuya participación tanto en las artes (literatura, música y pintura) como en los ámbitos de la política fue sobresaliente. Y hablando de Colombia, hoy son centenares de investigaciones, de reportes históricos y de estudios biográficos que ya nos permiten reconocer y nombrar miles de mujeres colombianas que fueron borradas de la gran historia nacional.
Todos los y las que quieren entender la historia cultural de Colombia y las ausencias que respondían a los eternos estereotipos culturales en relación con lo femenino, particularmente en un siglo maldito para las mujeres como lo fue el siglo XIX, deben consultar esta obra titulada La mujer y el arte en Colombia. Su irrupción en los espacios de formación y exposición, editada por la Universidad Javeriana.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad