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La UN, en una encrucijada

Si ese rector se nombra gracias a este extraño proceso, nunca gozará de legitimidad.

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Es cierto que la universidad durante décadas ha vivido al ritmo de la nación y sus contradicciones. Lo que significó, en esta época contemporánea, múltiples crisis que forzaron cierres prolongados que pagaban siempre los y las estudiantes.
Y hoy, en este largo y profundo trance de la Universidad Nacional, durante el cual ha sido difícil sentirse completamente identificado con uno de los dos lados, me intrigan particularmente las lecciones que estamos impartiendo a esta generación de jóvenes estudiantes. Miles de ellos, miles de ellas quienes entran a la universidad buscando referentes intelectuales, un saber científico, una cierta ética y, en fin, una experiencia de vida. ¿Y qué les ofrecemos?

Una cruda lucha de poder que no se diferencia mucho de la de los políticos profesionales. Y quienes estamos con los afectos puestos en la Universidad Nacional, en el fondo nos merecemos este desastre por nuestra incapacidad para regular el conflicto en el contexto universitario y proyectar un modelo de sociedad distinta.

No quisiera ahondar en los argumentos de unos u otros. Pero, en general, me han sorprendido la ambición y la terquedad de los involucrados. Y esto me ha dejado estupefacta: las ansias tan impresionantes de poder que despierta la universidad. No van por un proyecto de país, o por un conjunto de ideas o valores. Más pareciera que se la juegan por los recursos, por los presupuestos y por los megasalarios de algunos.
Y no sobra añadir que me preocupa también el rompimiento de la autonomía universitaria por parte del Gobierno, algo muy grave.
Y creo también que hay que otorgarle una cierta responsabilidad a la última rectoría. Fue –y perdónenme mi franqueza, pero con mis 81 años me he ganado el derecho a decir lo que pienso– un gobierno universitario muy poco interesante, desprovisto de la grandeza que puede dar la universidad.

Dolly Montoya no logró articular un proyecto importante en la concepción de lo universitario.

Además, y eso lo sostengo yo, fue muy decepcionante su pobre mirada de género en tanto primera mujer en la rectoría. En consecuencia, todo lo institucional se debilitó y lo estamos pagando hoy. Y por lo mismo, sinceramente no creo que el profesor Ismael Peña, cercano a la última rectoría, sea un académico que pueda responder a los grandes retos de este cargo. Yo lo oigo hablar y me parece un profesor sin los atributos necesarios para ocupar la rectoría de la Universidad Nacional, que tiene que ser un portal de calidades culturales, académicas y éticas. Por eso fueron rectores de la universidad personas como Manuel Ancízar, José Félix Patiño, Guillermo Páramo y Antanas Mockus, entre varios otros. Esa rectoría merece un gran proyecto. Y yo no lo percibo en este momento.

Ahora bien, yo sí estoy segura de que la elección en el Consejo Superior Universitario fue manipulada. Sus extraños juegos matemáticos disfrazados de aparente legalidad ya no convencen a nadie. Me muero de la pena: así no se puede ganar una rectoría en la primera universidad pública del país. Si ese rector se nombra gracias a este extraño proceso, nunca gozará de legitimidad.

Y no sobra añadir que me preocupa también el rompimiento de la autonomía universitaria por parte del Gobierno, algo muy grave cuando la autonomía de la Universidad Nacional y de todas las universidades públicas y privadas es un referente con el cual no hay transacción posible.

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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