El improvisado discurso del Presidente en el “acto” de posesión de la Defensora del Pueblo es un ejemplo de lo que se podría llamar autosabotaje o currículo oculto, pues escenificó la distancia entre su ideario explícito y los subtextos que se le colaron sobre el papel de las mujeres en lo público, y, concretamente, sobre el hito histórico al que contribuyó con la elección de Iris Marín como primera mujer Defensora del Pueblo desde que la Constitución de 1991 creó esa entidad para abogar por los derechos de los ciudadanos.
No hay una entidad con más presencia en el territorio nacional, y en eso residen su fortaleza y también sus peligros. Si bien la Defensoría es vital para las comunidades, especialmente para las que cuentan con menos recursos para defenderse de las arbitrariedades, las violencias y la vulneración de derechos, su omnipresencia la convirtió en un botín político, tan apetecible por su gran burocracia que alguna vez se llamó “defensor del puesto” a uno de los caballeros que la dirigieron. Hasta la elección de Iris Marín, todos fueron varones y varias abogadas expertas y brillantes sufrieron el típico “borramiento” en el Congreso, mientras los “padres de la patria” miraban para otro lado o simplemente no asistían a sus exposiciones.
En ese sentido, ternar a tres mujeres es una decisión política crucial del Presidente, quien perdió la oportunidad de resaltar el nombramiento de una trabajadora incansable por los derechos humanos como Marín en su posesión en Nuquí. En contraste, el compromiso de la Defensora con las poblaciones vulnerables, su conocimiento de los territorios y su trayectoria en trabajos con la JEP, las víctimas y el desplazamiento, entre otros, fueron evidentes en su discurso, que comenzó nombrando a las organizaciones de víctimas que la postularon y a quienes se consagró por encima de cualquier poder.
Hasta la elección de Iris Marín, todos fueron varones y varias abogadas expertas y brillantes sufrieron el típico “borramiento” en el Congreso, mientras los “padres de la patria” miraban para otro lado o simplemente no asistían a sus exposiciones
Si bien el contenido del discurso de Marín fue más importante que el de Petro, suele suceder que las frases provocadoras son más efectistas que aquellas que se organizan en discursos estructurados. Frente al texto de la Defensora, escrito y preparado, como correspondía para la ocasión, el del Presidente fue una profusión deshilvanada e interminable de frases personales (“acongojado en mi alma”), llenas de clichés polarizados, inconexos y, lo que es insólito, machistas.
En tanto que la Defensora partió del contexto histórico de la Constitución de 1991 para situar las líneas y la independencia de su trabajo, el Presidente improvisó una perorata oral de caudillo mesiánico, que llevó al país a centrarse en una frase impresentable sobre las periodistas como “muñecas de la mafia”. Sin embargo, esa no fue la única frase que irrespetó a las mujeres y que fue mezclando a Bertolucci, el fascismo, sus fracasos amorosos y la despedida de su hija con las de mujeres condenadas a obedecer en silencio, “a cocinarles y a lavarles todas sus inmundicias” (a los hombres).
Esas imágenes ecuestres que se colaron en su retórica defensa de las causas femeninas ubican a Petro en una “izquierda goda” y patriarcal, de la que parece imposible librarse. A través de la Defensora, Petro les mandó decir a las colombianas que “llegó el momento de lavar las banderas de las traiciones... para unos nuevos hijos que cabalguen con las banderas de la libertad... Las mujeres tienen que limpiar esas banderas, bañarlas de amor y de besos”... “Ahora usted es Quijote, ahora usted es Bolívar”.
Quizás se haya dado cuenta de la masculinidad de sus mandatos y añadió: “Usted es la Pola y Manuelita. Es usted bandera”. Y remató con esta perla: “Bolívar ha resucitado entre ustedes, mujeres, que luego lo acunan para que libre su batalla”.
Por supuesto, la Defensora sabe que no será nada de eso.
YOLANDA REYES