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Desde mi ventana

¿Y los límites para no romantizar, y tampoco deslegitimar un momento tan definitivo en la historia?

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En este casi año y medio de pandemia que ha transcurrido entre confinamientos y aislamientos preventivos, me he cuestionado muchas veces lo poco que puedo ver desde mis ventanas. He creído que mi vista es amplia, pero la falta de proximidad ha terminado reduciendo esa panorámica a un par de cristales con paisaje. Han aparecido también otras ventanas: las pantallas. Estas, sin embargo, no permiten ver lo que hay detrás de ellas, mucho menos cuando se apagan las cámaras. Pero incluso con las cámaras encendidas, solo se alcanza a ver un pedacito de realidad que acomodamos para que registre nuestro mejor ángulo.
Esa lectura del país desde el o los metros cuadrados que habitamos sigue siendo reducida y lejana en un año en que todo ha cambiado. Uno termina repitiendo lo que le cuentan por teléfono o Zoom, lo que trata de depurar de las redes sociales y se esfuerza por descifrar las noticias con sus verdades parciales o todo lo que no cuentan.
A diario aparecen nuevos conceptos o se (re)definen. Que la gente de bien o del mal, que resurgieron el paramilitarismo y las guerrillas urbanas, que la primera línea son los que comenzaron y no los de ahora, que son todos pero que no son, que lo uno y lo otro. Así, todo se desdibuja y se diluye. Y desde la ventana uno no alcanza a dilucidar si es más de lo mismo, si es diferente, hasta dónde y cómo es diferente, si lo que se escucha coincide con lo que uno percibe. ¿Dónde están los límites para no romantizar, pero tampoco deslegitimar un momento tan definitivo en la historia? Las dos Colombias narran lo que en 1859 Charles Dickens publicó como la ‘Historia de dos ciudades’: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la época de las creencias y de la incredulidad; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
En este país, uno cree saber cómo comienzan las cosas y cambian completamente al final. Una vez más lo ilegal se organiza y actúa rápidamente ante la carencia. Entre peleas y distracciones, lo ilegal presenta alternativas perversas, pero puntuales y se toma los espacios, joven por joven, cuadra por cuadra, barrio por barrio o vereda por vereda, con un control milimétrico. Un ejemplo es el incremento de los cultivos ilícitos. No hay que ser experto para hacer la correlación con el desempleo y la deserción escolar tan amplia que hemos tenido. Otro ejemplo son el vandalismo y la corrupción. Ser vándalo o ser corrupto es muy parecido, es destruir de hecho, es dejarse llevar por la ambición o la rabia sin importar las consecuencias. La corrupción hace que la ciudadanía cuestione las redes criminales que desvían el uso de los recursos. El vandalismo es el descontento tergiversado en formas que generan miedo y no reivindican nada.
Bueno, debemos abrir las ventanas para que entren otros vientos. Las elecciones deberían ser el escenario para decidir a conciencia, no solo pensando en la persona que siempre estará llena de contradicciones, sino informándose bien sobre la agenda de reconstrucción (e. g., económica, educativa, social, cultural, etc.) con los cómos para una implementación efectiva y rápida. Vi un afiche en Cartagena que decía: ‘Prohibido votar basura’; muy pertinente en estas épocas. Ojalá podamos limpiar los vidrios y observar con mayor claridad, para que lo que está por venir convierta una época tan compleja en la mejor oportunidad de tomar partido –en el sentido más constructivo posible– y agenciar lo inaplazable con visión.
Nota: creo en diferentes formas de poder para moldear la sociedad. La mía es el sector sin ánimo de lucro con incidencia. Aclaro esto porque no tengo ningún compromiso ni aspiración política que marque la intencionalidad de mi reflexión.
PAULA MORENO
En Twitter: @paulamorenoz

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