Soy fan de la maternidad. Sin romanticismos ni idealismos, pero celebro cada vez que alguna persona (de mi entorno familiar, profesional, como profesora) anuncia que quiere o va a ser mamá, lo cual ocurre cada vez menos frecuentemente. Podría decir, excepcionalmente.
Si bien como mujer valoro el derecho a elegir como una opción de vida y estoy lejos de creer que es necesario tener hijos para lograr la realización, esta misma mirada me hace cuestionar los porqués de este acelerado cambio demográfico. Según el Dane, durante el primer semestre de 2024 se registraron 250.000 nacimientos, (la caída más grande de la historia reciente, con un 12 %) y Bogotá reafirmó un comportamiento similar al de Europa, donde la tasa de nacimientos está por debajo del umbral de reemplazo poblacional.
Es cierto que esta tendencia en gran medida es atribuible a avances en la apropiación de los derechos sexuales y reproductivos y a una mayor conciencia ambiental generacional, pero preocupa que una de las razones subyacentes sea la incompatibilidad que tiene la maternidad con el desarrollo integral.
La primera barrera es laboral. Un reciente estudio de The Economist (que incluye a Colombia) afirma que el peaje de la maternidad en el desarrollo profesional es de 15 años. Esto significa que, además de las inmensas brechas salariales y techos de cristal que enfrentamos por el solo hecho de ser mujeres, nuestra carrera es penalizada en remuneración (6,5 puntos porcentuales, según la OIT). Es aún más profunda la exclusión laboral que enfrentan las mujeres que están bajo contratos temporales, de prestación de servicios o quieren reincorporarse al mercado laboral después de un tiempo de cuidado; es decir, la mayoría de mujeres en Colombia.
Inciden las normas propias,
la estigmatización sobre los roles de género y los sesgos familiares, lo que genera una
carga emocional desproporcionada
El costo en salud mental también es inmenso. La encuesta global de CVS Health y la revista Fortune (2024) evidencia que el 42 % de las madres trabajadoras han sido diagnosticadas con ansiedad o depresión, en comparación con el 25 % de las mujeres trabajadoras sin hijos. Inciden las normas propias, la estigmatización sobre los roles de género y los sesgos familiares, lo que genera una carga emocional desproporcionada.
Y aunque es clara la correlación entre corresponsabilidad parental y un mejor rendimiento académico, el desarrollo de habilidades sociales, la reducción de violencias y el consumo en la niñez, adolescencia y juventud (Facultad de Educación de la Universidad de Harvard), y de acuerdo con la psicóloga experta Diana Zuleta, genera “mayor estabilidad emocional y permite distribuir las responsabilidades y los roles de una manera más justa: ambos son responsables del cuidado, tareas, disciplina y también de la diversión y las manifestaciones de amor y iración, lo que fortalece los vínculos”, lo cierto es que en el 45,4 % de los hogares colombianos la crianza recae en madres cabeza de familia y en 7 de cada 10 restantes, las labores de cuidado son asumidas por las mujeres.
Después de divorcios, la situación no es mejor, porque, aunque la custodia compartida en Colombia ha avanzado, aún es excepcional (somos el único país de la Ocde que no la tiene regulada).
No es sorprendente, entonces, que las mujeres ya no quieran elegir la maternidad como una opción de vida. Más allá de las inminentes implicaciones (positivas y negativas) que este cambio demográfico está teniendo en el consumo, el sistema pensional, salud, recaudo fiscal y educación (que, por cierto, es diferente entre el sector privado y público), para que haya una agencia real, como sociedad debemos asegurarnos de que estamos propiciando todas las condiciones para que aquellas mujeres que quieran elegir la maternidad puedan hacerlo sin el miedo de pagar el ‘peaje’ de la desigualdad!