Arquetipo del latino guapo y varonil, de rostro cincelado y mirada inquisidora, se le llamó en los años 60 el ‘actor-objeto’ más atractivo del cine (y por qué no del mundo). Arrogante y soberbio, narcisista por supuesto, aseveró gustarle ser amado tal como él mismo se amaba. Fallecido a los 88 años el pasado domingo 18 de agosto, poco se sabe de su pasado como soldado raso adolescente del ejército francés en Indochina, donde vivió cuatro años de guerra y once meses en prisión.
Su brillante filmografía arranca en 1960 con el deliberadamente oscuro protagonismo de Tom Ripley, en A pleno sol (Plein soleil). Un thriller europeo intelectual, filmado en el lujurioso Mediterráneo, a partir del guion criminal de la escritora estadounidense Patricia Highsmith. Es que Ripley érase un “impostor, falsificador y delincuente”, conducido por el concienzudo director René Clément —héroe de la Resistencia—.
Rocco y sus hermanos, también de 1960, fue su vía directa al Olimpo. En efecto, la epopeya de una paupérrima familia de emigrantes meridionales en Milán, que traslada las inquietudes sureñas del maestro Luchino Visconti al norte industrial, expone tanto las intrigas novelescas como aquel eje familiar de su magna obra posterior. Elenco que habla por sí solo: el joven Rocco —aventurero, seductor y luchador—, el malandro hermano Renato Salvatori y la divina Claudia Cardinale.
Le seguirá un título intimista igualmente magnífico del comienzo de una década prodigiosa: El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962), siendo partenaire de la romana Mónica Vitti, quien dará por terminada una relación amorosa para iniciar otra con el apuesto corredor de bolsa encarnado por el joven divo en referencia.
Llegará al cénit con la transición protagónica de El gatopardo (Visconti, 1963), según la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Sus escenas deslumbrantes, fielmente extraídas del libro, son muy acertadas: la despedida del joven aristócrata Tancredi Falconeri, su ingreso a la milicia patriótica de Garibaldi, los desplantes recibidos por el suegro ‘nouveau riche’ o el gran baile que sellará el matrimonio de dos clases disímiles. ¿Quiénes estuvieron con él? El soberbio Burt Lancaster (Don Fabrizio, príncipe de Salina), la tierna Cardinale y el viejo rufián Paolo Stoppa.
Delon figura en la historia del cine moderno europeo desde hace sesenta años —no necesitó morir para ascender al Olimpo—.
Jean-Pierre Melville, máximo realizador del cinéma noir francés, le aportará dos consagraciones adicionales en bandeja de plata: El silencio de un hombre (Le samurai, 1967) y El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970). La primera arranca con una exhortación escrita (“no hay soledad más profunda que la de un samurái y un tigre en la selva”), asesino a sueldo que se refugia en un cuchitril resguardado por dagas y lanzas guerreras; en la segunda, despistado ladrón recién salido de la cárcel que se alía con un peligroso prófugo para seguir cometiendo más atrocidades.
El otro señor Klein (Mr. Klein, 1976). Reafirmación de atmósferas impregnadas de volubles esquemas sociales tras las dualidades persistentes entre judaísmo y cristianismo, colaboracionismo y resistencia. Delon asumía de forma sublime la temática del desdoblamiento, o confusión de personalidades —de como Don Giovanni intercambiaba máscaras con Leporello, o por qué doña Elvira y doña Ana asistían igualmente vestidas a una arlequinada—. En el recorrido obligatorio de todo gigoló que se respete, sus pares en Hollywood serán o fueron James Dean, Marlon Brando y Bob de Niro.
Con el paso de los años, nuestro santificado personaje de las pantallas grandes protagonizará en la vida real una serie de escándalos financieros y empresariales siendo mecenas de turbios negocios en casinos, carreras de caballos y eventos deportivos de alto cilindraje. Alejado de las pantallas, por casi medio siglo, se le llegó a confundir con personajes desalmados de la vida real.
Una de sus más discutibles mimetizaciones actorales: El asesinato de Trotsky (1972), junto a Richard Burton. Igualmente, acosadores enamoramientos como delincuente de poca monta en La piscina (Jacques Deray, 1969) y Los felinos (René Clément, 1964) junto a dos divinidades femeninas: su eterna enamorada Romy Schneider y Jane Fonda, víctima extranjera de seducciones forzosas a la sa. En llave con el director de películas policiacas Jacques Deray, alianza profesional que duró varios años, asumiría el rol del ‘malo del paseo’, como en La historia de un policía (Le flic, Jacques Deray).
Cierro este obituario en tributo a Un amor de Swann (Volker Schlondorff, 1984), el primer libro de En busca del tiempo perdido. Elegantísimo reparto: Jeremy Irons (Swann), Ornella Muti (Odette), Fanny Ardant (duquesa de Guermantes) y Alain Delon (barón de Charlus). Aunque llevar al cine la obra cumbre de Proust parecía una exclusividad de Visconti, tan virtuoso realizador alemán logró una recreación manierista del París belle époque hasta transformar al ídolo en noble decadente, cuyas tendencias homoeróticas le acarrearán situaciones nada elegantes. En conclusión: Delon figura en la historia del cine moderno europeo desde hace sesenta años —no necesitó morir para ascender al Olimpo—.