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Noticia

Populismos: crisis sin fin

¿Es el populismo global que hoy domina el panorama mundial el resultado de una crisis?

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PROFESOR UNIVERSITARIO, UNIVERSIDAD DE OXFORD, REINO UNIDOActualizado:

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(También le puede interesar: Por fin, la primavera)

Eso es lo que sugiere Benjamin Moffitt en uno de los libros más interesante que he leído sobre un tema que sigue dominando la política del siglo XXI: The Global Rise of Populism (Stanford, 2016). Profesor de la Universidad Católica de Australia, Moffitt nos invita a repensar el populismo, hoy una manifestación global que, como tal, impone mayores desafíos para quienes han intentado entender el fenómeno.

En realidad, la “globalización” del populismo no es reciente.

Basta mirar la tabla de contenidos del libro editado por Ghita Ionescu y Ernest Gellner en 1969, producto de una conferencia en el London School of Economics dos años antes: sus capítulos cubrieron casi todas las regiones del mundo: Rusia, África, las Américas... (Populism: Its Meanings and National Characteristics). Algunos de sus participantes se refirieron allí al populismo como una “ideología global”.

Durante las siguientes décadas, sin embargo, las dimensiones globales del populismo perdieron notoriedad. Y con el correr de los años, Latinoamérica comenzó a ser identificada con el continente natural del populismo –una curiosidad intelectual por su pobre sustento histórico (véase el artículo de Nicolás Prados en Contexto, 16/4/2024)–.

No obstante, la dimensión global del populismo permaneció latente. Volvió a surgir en uno de los países cuna del término: Estados Unidos, llevado de la mano de Donald Trump. En esta ocasión, con mayor fuerza que antes, resurgió acompañado de ruidos de crisis amplificados por la revolución digital.

¿Es el populismo global que hoy domina el panorama mundial el resultado de una crisis? ¿Crisis de qué? ¿De la democracia? ¿De representación? ¿Del capitalismo?
La dimensión global del populismo permaneció latente. Volvió a surgir en uno de los países cuna del término: Estados Unidos.
Según Moffitt, debemos replantear el sentido de las relaciones entre populismo y crisis. Hasta ahora, los estudiosos del tema han concebido las crisis como externas al populismo. Moffitt propone darle la vuelta al problema: la crisis es inherente al populismo, una “característica central del fenómeno mismo”.

Más aún, en vez de ser su resultado, el populismo es un agente generador de la crisis.

Por supuesto que la relación entre crisis y populismo no es simple. La noción de “crisis” no es fácil de definir. Moffitt enfatiza la subjetividad de las crisis: importa tanto cómo se perciben sus realidades. Toda crisis es de alguna manera una “construcción mental”, un fenómeno que requiere la mediación de actores políticos.

Este es precisamente el papel de los populistas: apropiarse de problemas, fallas, o fracasos en áreas específicas de la sociedad para convertirlos en crisis. Moffitt sugiere una especie de libreto, el modelo para el protagonismo de los populistas en el drama de la crisis.

Identifican primero un problema al que entonces le otorgan dimensiones de “crisis estructural”, envuelta en lenguaje “moral”. Señalan a los responsables (élites, inmigrantes, imperios) enfrentados al “pueblo”, cuya representación se arrogan. Utilizan los medios de comunicación para propagar su mensaje en “retórica inflamatoria”. Se presentan como los salvadores mesiánicos de la crisis, con “soluciones simplistas” que suelen desmantelar instituciones (como cerrar congresos), deslegitimar otras autoridades (el sector judicial) y concentrar el poder.

Moffitt distingue entre cualquier “crisis política”, y las crisis orquestadas por los populistas. Las primeras suelen tener un ciclo, desde su comienzo hasta el final. Para perpetuarse en el poder, los populistas alimentan crisis eternas.

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