La forma como una persona viva su vida depende de la preparación que haya tenido para trabajar, resolver problemas, tomar decisiones acertadas, perseverar en la búsqueda de objetivos, relacionarse adecuadamente con otros, adaptarse a diversos ambientes y asumir la responsabilidad sobre sus propios actos. En esto consiste la buena educación.
Aprender a usar la lengua no tiene como principal objetivo la formación de novelistas y poetas, sino de seres humanos capaces de comunicarse con otros para entenderse, buscar juntos niveles cada vez más elaborados de convivencia, descifrar colectivamente los rumbos por los cuales transitar hacia las encrucijadas del futuro e intentar confluir hacia acuerdos de beneficio colectivo. Desde luego, no siempre la lengua cumple este objetivo y, en cambio, se convierte con frecuencia en herramienta de mentira y confusión, arma para destruir a quien no se aviene a un determinado dogma y amenaza para quienes se atreven a desafiar a quien tiene el poder.
Otro tanto podría decirse de la ciencia, del arte, de muchos inventos y formas de organización social que ofrecen incalculables posibilidades de enriquecer a las personas y las comunidades, o pueden convertirse en muy peligrosos instrumentos en manos de personas o grupos obsesionados con sus propias ambiciones.
En los últimos años hemos contemplado con horror una pandemia que dejó millones de muertos, guerras que degradan el valor de la vida humana hasta convertirla en cifras sin historia, dictadores que se atornillan al poder con el silencio de unos y la complicidad de otros. Gobernantes que ofrecían horizontes de pulcritud aparecen rindiéndose ante los corruptos que los adulan. Y así podría seguirse una letanía de hechos inaceptables en los cuales se cultiva el escepticismo de una juventud que parece no encontrar salida mientras cada día se le anuncia el fin del mundo.
Pero en medio de todas estas realidades no suelen destacarse todos aquellos que viven de manera solidaria y amorosa con quienes la pasan mal. Si hay alguna situación que saque lo mejor de mucha gente y permita ver qué valores se recibieron desde la infancia es un desastre natural. El desbordamiento de los ríos en Valencia ha sido aterrador, pueblos enteros han sido arrasados, más de un centenar de ciudadanos desprevenidos han muerto y hay muchos desaparecidos. Pero allí donde todos han sufrido, aparecen decenas de voluntarios a llevar comida, a ayudar a despejar calles, a dar acogida a quienes perdieron todo. Y eso mismo ocurrió en 2020 durante ese largo año en que el covid invadía todos los rincones.
La solidaridad es la preparación indispensable para los malos tiempos y ella debe cultivarse desde la primera infancia
La solidaridad es la preparación indispensable para los malos tiempos y ella debe cultivarse desde la primera infancia. Los miles de hombres y mujeres que aparecen a ayudar en medio de las guerras, de los campos minados, de los rincones de miseria en que se incuban las epidemias y las hambrunas no surgen de un día para otro. Son personas que recibieron con sus primeras letras lecciones de generosidad cultivadas a lo largo de los años con ideas y convicciones que les permiten entregar su tiempo y su esfuerzo a otros seres humanos por simple amor a la vida.
Pienso con frecuencia qué clase de seres humanos estamos formando en nuestros colegios. Sería interesante saber cuántos vivirán la vida usando sus habilidades, sus palabras, su fuerza para tender la mano a otros, para agruparse en torno a la obsesión de progresar usando el conocimiento, y cuántos estarán alimentando odios para ser guerreros y agresores sistemáticos o perpetuos solitarios empeñados en obtener riqueza o acumular más poder que los otros.
Un colegio es una especie de bola de cristal. Desde muy temprano los niños muestran hacia dónde se inclinan, siguiendo lo que reciben de su familia, de los medios de comunicación, de la cultura. Pero una buena educación seguramente podrá cultivar lo mejor que hay en ellos y prepararlos para los malos tiempos.
FRANCISCO CAJIAO