A mi veneranda edad de 85 años cumplidos estoy sufriendo de dos enfermedades que no son sino síntomas: procrastinación y astenia. La procrastinación se entiende como el hecho de posponer tareas importantes, aun conociendo sus consecuencias negativas para uno mismo. En la vejez este hábito no suele responder a distracciones triviales, sino a factores emocionales, físicos y existenciales.
Muchas personas mayores sufren procesos de pérdida de salud, de seres queridos y de roles sociales: el desánimo, la ansiedad o la depresión son comunes en esta etapa y pueden influir en la voluntad para realizar incluso tareas simples. Así que posponer no es necesariamente pereza, sino reflejo de un agotamiento más profundo.
Algunos adultos mayores aplazamos decisiones importantes diciendo que "aún hay tiempo", lo cual puede expresar miedo al cierre o negación del final de la vida. Sin embargo, muchos ancianos no procrastinan. La experiencia les ha dado herramientas para gestionar el tiempo y actuar con calma. En muchos casos su eficiencia supera la de sus años jóvenes, pues saben lo que es realmente importante.
A veces, postergar es una forma de sostener la esperanza y reafirmar que aunque el cuerpo envejezca las posibilidades aún existen.
En definitiva, la procrastinación no pertenece a una edad específica, es un fenómeno presente en distintas edades. Pero cuando aparece en la vejez hay que observarla como un síntoma más de lo complejo, emocional, social y espiritual que trae consigo esta etapa de la vida. A veces, postergar es una forma de sostener la esperanza y reafirmar que aunque el cuerpo envejezca las posibilidades aún existen.
La astenia, definida como una sensación persistente de debilidad o fatiga generalizada, que no se alivia con el descanso, suele asociarse con el envejecimiento. Diversos factores pueden contribuir a su aparición: enfermedades crónicas, efectos secundarios de medicamentos, deficiencia nutricionales, trastornos del sueño y sobre todo el sedentarismo. No se puede ignorar lo emocional. La astenia no es un rasgo natural del envejecimiento, sino una señal de alerta que requiere atención médica y afectiva. Su tratamiento puede incluir desde cambios en el estilo de vida hasta terapias médicas psicológicas específicas.
Hago este esbozo porque se trata de un asunto grave en nuestra sociedad de hoy, cuando miles de personas de la tercera edad necesitan atención médica y humana. Sobre todo afectiva, pero aguantan hambre y necesidades, mientras son ignorados, lamentablemente. Hay que reflexionar y atenderlos.