El cambio de gobierno en los Estados Unidos ha traído consigo, en solo una semana, una ráfaga de decisiones que anuncian la intención de redefinir el talante de la sociedad norteamericana. Ya no será una sociedad que haga un esfuerzo deliberado para abrir oportunidades a quienes han nacido en desventaja. En cambio, será una sociedad que, ignorando las desigualdades en el punto de partida, premiará exclusivamente el esfuerzo individual. Ya no será tampoco una sociedad que reconozca y dignifique la diferencia, sino una en la que puede ser isible perseguir al que se diferencie o disienta –dicen los medios estadounidenses que los funcionarios tienen la instrucción de denunciar a los compañeros que insistan en incluir las dimensiones de igualdad e inclusión en los programas a su cargo–.
Estados Unidos sigue siendo una potencia mundial y es, sin duda, entre las grandes economías del mundo, la más importante para Latinoamérica. No solo es un importante socio comercial para nuestros países, como destino de nuestras exportaciones y origen de la maquinaria y los insumos que utilizamos para poner a andar nuestros aparatos productivos. También es importante como referente cultural. Las sociedades latinoamericanas han tenido como modelo al vecino del norte, con todo lo bueno y lo malo que eso supone. Los grandes centros comerciales, la moda, la música –piensen en las multitudes de jovencitas latinoamericanas que idolatran a Taylor Swift–. La cultura norteamericana permea nuestras sociedades y moldea nuestros valores. Basta contar cuántos negocios locales se crean con nombres en inglés o se extranjerizan con apóstrofes, para hacerlos más atractivos al público local. Da un poco de vergüenza.
Con la facilidad de las comunicaciones en la era digital, también absorbemos, casi sin filtro, las posturas y los debates políticos de lugares a los que no pertenecemos. Me parece necesario hablar de esto ahora porque estamos en un momento en que hay que tomar decisiones sobre lo que queremos defender como sociedad. El mundo entero está dando un pendulazo hacia atrás, volviendo sobre problemas de visión de sociedad que pensábamos que estaban resueltos.
Los gobiernos en nuestros países tienen el reto de dar, poco a poco, forma a sociedades más justas.
El campo de juego está trazado. Es el campo donde tendremos que jugar los latinoamericanos los próximos años. ¿Qué vamos a defender? Espero, en primer lugar, que nos paremos en nuestro contexto de alta desigualdad y tasas altas de pobreza y no cale la idea de que esta situación es autoinfligida y que las personas en situación de pobreza llegan a ella por falta de trabajo y esfuerzo. Esa visión simplificadora del mundo no puede estar más lejos de nuestra realidad. Aún nos queda mucho trabajo por hacer para igualar el punto de partida –piensen nada más en lo que falta para que el sistema de educación pueda ofrecer con la misma calidad a todos los niños y jóvenes sobre el territorio. Los gobiernos en nuestros países tienen el reto de dar, poco a poco, forma a sociedades más justas.
También espero que no cale el mensaje implícito de que algunas formas de discriminación son aceptables, y alguna gente es mejor que otra. Que no se sienta empoderada la gente que comparte ideas como esa. Que no se invisibilice en nuestros países a quienes no se identifican de manera binaria como hombre o mujer. Que se defiendan los avances normativos que promueven la igualdad en la diferencia y el bienestar de todos.
Son malos tiempos, en los que hay que estar alerta para que en nuestro talante como sociedad predomine una definición propia de lo que creemos y lo que nos importa. Es, tal vez, una oportunidad para elegir a conciencia el carácter de la sociedad que queremos. Una parte de eso estará en decidir quiénes son los candidatos que apoyaremos. Ya vimos este fin de semana el lugar tan frágil en que nos encontramos y las implicaciones posibles de una mala movida en el terreno de la diplomacia. Es una suerte que frente a algunas cosas fundamentales nadie pueda quitarnos la capacidad de decidir.