Al inicio de un nuevo año, resulta esperanzador poder elevar la mirada, con el propósito de reorientarnos hacia un horizonte en calma. Necesitamos atravesar la puerta del alma para reconocernos y vernos, despojados de contiendas y restituidos de sueños. Atrás queda un año de intentos y extensos conflictos, empedrado por un aluvión de crisis humanitarias y desplazamientos. Esto nos ha dejado sin respiración; y, lo que es peor, sin confianza en nosotros mismos, para poder salir de esta situación desesperada.
Tenemos que volver a retomar caminos perdidos, que nos lleven a reencontrarnos con la quietud de la composición y el verbo, salido de nuestro fuero interno, sin estar contaminado por toques mundanos. No olvidemos que todos estamos necesitados de cuidados y de asistencia. Esto nos exige reanimar nuestro fondo, tender puentes y tener compasión. Tampoco estamos aquí para matarnos unos a otros, sino para darnos vida. No hay otra que aquella que brota del afecto, porque es la única que cura las heridas.
Que sepamos que no coexistimos por sí mismos, precisamos sentirnos cercanos. Estamos, por consiguiente, para servir; jamás para dominar.
Asimismo, cada uno de nosotros, hemos de sentirnos llamados a ser la voz de los sin voz. Sin duda, hemos de regar los caminos de amor para que prospere el amar, sin esperar nada a cambio. Esta inhumanidad que nos circunda por todos los rincones del planeta debe cesar cuanto antes, cuestión que no se debe únicamente a la corrupción de algunos, sino que se ha consolidado y se sostiene en un complot deshumanizante extendido, hasta el extremo de cambiar nuestro ser activo por la pasividad, cuando todo nos afecta a todos.
Ha llegado el momento de rehacerse y de hacerse uno mismo con la certeza del deber cumplido, que es hacer de nuestra biografía una entrega a los demás, actuando con corazón y reviviendo sin coraza alguna. Nada somos sin espíritu cooperante. Necesitamos hacer hogar, crear vínculos fraternos, eximir penas y comprometernos en sembrar alegría. Que sepamos que no coexistimos por sí mismos, precisamos sentirnos cercanos. Estamos, por consiguiente, para servir; jamás para dominar.
Hoy más que nunca, hace falta un cambio cultural. No podemos continuar ignorando nuestros propios lazos naturales, ya que no solo nos necesitamos, sino que también nos debemos los unos a los otros.