Podemos fingir que esto es normal. Pero en el mundo entero, a esta hora de la historia, sigue librándose el viejo y definitivo pulso por la democracia. Como en el cuento del pastorcito mentiroso, que predijo en chiste el horror, y sucedió, el lobo ya anda por acá. Putin sigue su marcha de tiempos peores. Trump, el reo, no solo está suelto, sino que empata con Biden en las encuestas. Nueve de cada diez salvadoreños aprueban la cruzada escalofriante de Bukele. Y los sondeos argentinos de hoy vaticinan la victoria de un candidato presidencial de tiempos de posverdades, el descabellado Milei, que anda por ahí gritando “¡nuestro verdadero enemigo es el Estado!: ¡el Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina!”.
Primera nota al pie. Uno creería que en pleno cincuentenario del feroz ascenso del general Pinochet, y cuarenta años después de la caída de la Junta Militar que desapareció a quinientos niños argentinos, aquella Latinoamérica que hizo catarsis con las novelas de dictadores –de El señor presidente a La fiesta del chivo– sabría que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”. Pero, según describe el Latinobarómetro de julio de este año, la fe en el sistema ha caído del 65 al 48 por ciento en las últimas tres décadas, y la gente a la que le da lo mismo ya no es el 16 sino el 28 por ciento de la región. Les Luthiers parodió los homenajes “espontáneos” a los dictadores: “Sacaste a nuestra tierra / del oprobio y la desgracia / después de tantos años / de aplastante democracia”. Quino dijo alguna vez que “Mafalda nunca habría llegado a ser adulta: estaría entre los 30.000 desaparecidos de Argentina”. Pero aquí estamos, usted y yo, viendo el delirio de Ortega, el negocio de Maduro, el ascenso de Milei.
Los demócratas deben pactar con los demócratas, así se vean muy zurdos, así se vean muy diestros, para cerrarles el paso a los tiranos.
Segunda nota al pie. Como muestran los estudios de NiñezYa, los niños protagonizan las campañas políticas, pero son extras en los programas de gobierno. Por supuesto, esta ultraderecha paranoide que se llama a sí misma “libertaria”, por estos días convencida de que fuerzas ocultas quieren censurar la película Sonido de libertad, juega a ser la salvadora de “nuestros hijos”, pero pronto se extravía, como Milei, en diatribas desquiciadas contra “los zurdos de mierda” que “están perdiendo la batalla cultural”. Uno creería que la “sinistrofobia”, o sea el miedo patológico a la izquierda que el psicoanalista Nicola Perroti diagnosticó en 1947 –y relacionó con el miedo, de ciertos fanáticos, al demonio que se lleva a los niños–, es cosa del pasado. Pero aquí estamos, usted y yo, viendo pantallazos de amenazas de muerte a diestra y siniestra.
Tercera nota al pie. Según el índice de The Economist, Colombia está en el puesto 53, de 175, entre las democracias del mundo. Su calificación, 6.72, que es el promedio de su proceso electoral, su gobierno, su participación, su cultura política y sus libertades, la convierte en una “democracia defectuosa”, pero una democracia, a fin de cuentas, que puede seguir luchando contra la hostilidad estatal, puede seguir salvándose por poco de los extremismos, puede seguir denunciando la guerra que sitia las elecciones, puede seguir notando a tiempo la fortuna de vivir en desacuerdo, puede seguir pasando de la sinistrofobia al debate con la izquierda, y sacudiéndose otras tentaciones antidemocráticas, como la persecución a la prensa y la aniquilación de los rivales, para preguntarse -por ejemplo- en qué clase de país se cierran unidades de atención pediátrica por no ser rentables.
El lobo nunca viene. El lobo vive aquí. Y los demócratas deben pactar con los demócratas, así se vean muy zurdos, así se vean muy diestros, para cerrarles el paso a los tiranos.
RICARDO SILVA ROMERO