Cuando hace 50 años, acompañado por mi compadre Obregón entré a la oficina del director de EL TIEMPO me sentí transportado en una escena del Ciudadano Kane, de Orson Welles. Hernando Santos estaba trabajando, pero sin problema nos recibió. Él era un señor elegante, simpático, sencillo y en menos de 10 minutos me consiguió un trabajo en Leo Burnett Novas S. A., y además decidió que me tenía que volver aficionado a los toros. Junto a su señora, doña Helena, Jacque y el crítico Manuel Piquero, ‘Piquerito’, fuimos a condumios y tientas. Allí conocí a Enriquito, y de ahí, a todos mis amigos del grupo: Restrepo, Carrizosa, Caballero, Umaña, Arciniegas, López, Samper, Rentería... Por más de cincuenta años, yo estuve convencido de que mi amado y irado filósofo de cabecera, don Jorge Restrepo, era el más viejo del grupo, pero ayer descubrí que soy dos meses más viejo que Jorge.
Cuando cumplí mis primeros sesenta años, mi mejor amiga, María Teresa Rubino de Santos, me regaló este ensayo de Cicerón: De senectute (De la vejez). Un ensayo de apenas 106 páginas en las cuales Marco Tulio Cicerón, el más grande orador y filósofo de la Roma antigua, hace una apología de la tercera edad por medio de un diálogo con el famoso Catón el Viejo, llamado el Censor, y si queremos vivir estos últimos años a plenitud tenemos que seguir los consejos del autor, que propicia conceptos básicos y elementales de una vejez activa y una vejez saludable. Dos milenios ha superado este tutorial. Cicerón ha tratado el problema del envejecimiento, y nadie como él ha dado de la tercera y cuarta edad una lectura positiva y optimista.
No puedo evitar pensar en algunos ancianos que me gobiernan la vida: la primera, mi tía Carmen Lemaitre de Cesáreo, la Nena, quien va por la venerada edad de 104 años y es activa en WhatsApp, maneja cuatro controles remotos y aunque ama la pintura, su preferida es la música clásica, la ópera. Otro es mi amigo Isaac Schuster, gran colaborador del festival de cine; mi mejor amiga Benedetta Salviati, quien viaja a Italia varias veces sin agüero, y dulcis in fundo, mi exjefe Víctor Nieto, que hasta los 92 años estuvo trabajando en su festival de cine, asistiendo cotidianamente a la oficina. Qué ejemplo q. e. p. d.
Cuando me preguntan sobre mi estado de salud, contesto malencarado: “Tengo una enfermedad terminal”. Y apiadándome de la cara de circunstancia de mi interlocutor le digo seriamente: ¡¡¡mi enfermedad es la vida y ciertamente me moriré de ella!!!
SALVO BASILE