Sí, suena raro pero es un servicio. Los consulados colombianos en el mundo se sostienen con el dinero que pagamos los colombianos a través de nuestros impuestos y están allí para servirnos, para atender nuestras necesidades cuando nos encontramos fuera del país. Increíblemente tenemos que recordarnos esta premisa básica porque hemos interiorizado demasiado la equivocada idea de que los consulados son lugares que usa el poder de turno para pagar favores políticos y entonces creemos que están es al servicio de ese poder, para poner alfombras rojas durante sus visitas oficiales.
Y no. El servicio consular debería funcionar como un buen servicio al cliente: debería contar con buena atención, ser amable con el , tener protocolos de resolución de problemas y estar atento a las necesidades de los colombianos en el exterior. Pero muchos de sus se creen ciudadanos de primera y consideran a sus compatriotas, a aquellos que deben atender y ayudar, ciudadanos de segunda. Yo misma, durante los 10 años que viví en Estados Unidos, me rehusé a volver a un consulado después de que fui tratada en uno de ellos con despotismo y negligencia. Preferí asumir que en mi país de origen no había gobierno para atender mis necesidades.
Pero los colombianos que se encuentran en el exterior en épocas de pandemia y confinamiento no tienen esa opción. Muchos de ellos están atrapados, sin recursos y con familias en sus lugares de origen, que ya no los pueden apoyar porque han perdido sus trabajos. El caso de la estudiante Julieth Carranza en Argentina, que se hizo viral la semana pasada en redes, es uno de muchísimos.
La respuesta que obtuvo de la cónsul María Clara Rubiano tristemente es más la norma que la excepción en nuestro servicio consular. No solo asume ella una actitud arrogante frente a la situación de dificultad de la estudiante al decirle que “el hecho de escribir mucho no cambia su situación”, sino que, además, opta por revictimizarla y culparla de lo que vive al decirle que “es una experiencia difícil que espero les deje enseñanza a los jóvenes que creen que con estudiar alcanza”.
A la señora Rubiano hay que recordarle que su sueldo se lo pagamos, entre otros, los colombianos que hemos estudiado en el exterior sin atención alguna del Gobierno y de gente
como ella.
La señora Rubiano, no contenta con asumir una actitud de indiferencia frente a la situación de Julieth, descalifica su intento de estudiar y tratar de salir adelante a punta de méritos. Es como si le dijera: ‘No crea que puede pedir mucho. El que esté estudiando no la hace mejor que yo, no se haga ilusiones’.
A la señora Rubiano, a quien la Cancillería está en mora de despedir por fallar en cumplir con la única labor que le ha sido asignada (la de atender a los colombianos en Argentina con respeto y eficiencia), hay que recordarle que su sueldo se lo pagamos, entre otros, los colombianos que hemos estudiado en el exterior sin atención alguna del Gobierno y de gente como ella, y que hoy estamos de regreso trabajando y pagando cumplidamente nuestros impuestos.
En el pasado fuimos muy pocos los s de un servicio consular que da absoluta grima, y por ser pocos nos tocó conformarnos. Pero la globalización les ha permitido a muchos más viajar, y hoy son más colombianos los que requieren un servicio eficiente y por lo menos amable. Es el momento de empezar a exigir esta transformación, y ello tiene que pasar por un rendimiento de cuentas serio que nos lleve a sacar del servicio consular a personas como la señora Rubiano.
Una nota adicional: los que están tentados de acusar al gobierno actual de la negligencia de Rubiano, tengan en cuenta que el nombramiento provisional de la señora se hizo en enero del 2018 y el decreto está firmado por la excanciller María Ángela Holguín. Ningún gobierno tiene autoridad moral para venir a dar cátedra sobre la seriedad con que se ha tomado nuestro servicio diplomático y consular.
Sandra Borda G.