¿Sarmiento se robó el dinero de la salud para endeudar a Colombia y pagar la nómina de EL TIEMPO?

Cuando uno piensa que Gustavo Petro ya alcanzó su nivel más bajo de liderazgo y gestión, por no decir que de miserableza, no es sino que le pongan una copa, un micrófono y la cuenta de X por delante para que lo supere. Claro que sus disparates diarios ya no nos deberían sorprender, pero sí a aquellos que le compraron una “visión” que hoy está comprometida por su evidente incapacidad, ceguera, soberbia y falta de ética y moral. Todo lo anterior le ha desatado una paranoia merecedora de encajar entre los personajes más delirantes de la literatura.

Quizás el paralelo literario más cercano sea Napoleón, y no precisamente el emperador, sino el protagonista de la novela de George Orwell, ‘Rebelión’ (1945). Para quienes no se la hayan leído, Napoleón encarna a un personaje autoritario en la figura del cerdo de una granja.

El animal posee una desmedida ambición y absoluta sed de poder; acude a la manipulación y a la propaganda para ejercer el control sobre los otros animales, y usa a Squealer (Holman Morris), su portavoz, para construir narrativas a través de mentiras.

A medida que avanza su dominio, el cerdo se vuelve cada vez más paranoico, constantemente buscando enemigos y traidores. Es un mago de la distorsión de la realidad, haciéndoles creer a sus seguidores que están mejor bajo su gobierno. Manipula los hechos para mostrar falsos progresos.

Tras afianzar su paranoia, fase en la que pareciéramos encontrarnos hoy en Colombia, el porcino acude a la represión y a la violencia como una herramienta para consolidar su control. Se inventa golpes de Estado y crímenes inexistentes contra él.

Todo lo anterior sucede mientras crece el delirio de grandeza del marrano, quien se rodea de símbolos de poder; sus seguidores lo tratan casi como una deidad; le otorgan títulos grandiosos, y los otros animales le rinden pleitesía, a pesar de que su vida no ha mejorado bajo su régimen. Cualquier parecido con la realidad colombiana...

La última de Petro se produjo el sábado en la Nacional, cuando acusó a Luis Carlos Sarmiento de robarse la plata de la salud, para endeudar al país y usar esa misma deuda para pagar la nómina de los más de mil empleados que hay en EL TIEMPO.

¿Es en serio que un presidente pueda mentir de manera tan descarada? Lo peor es que hay cientos de miles de personas que terminan creyéndole semejante desfachatez. El ‘post’ que publicó Squealer en X, a través de su megáfono de RTVC, llegó a más de un cuarto de millón de personas.

Sarmiento, como todo ser humano, está lleno de defectos, pero ser ladrón no es uno de ellos. A lo largo de más de sesenta y pico de años, el empresario y banquero ha trabajado de sol a sombra, seis días a la semana, sin parar. Lo continúa haciendo. No voy aquí a enumerar sus aportes al país, al desarrollo de este, a la supervivencia de EL TIEMPO como institución, pero sí quiero destacar su ética de trabajo, su patriotismo y liderazgo.

Asimismo, quiero resaltar a cada uno de los trabajadores de EL TIEMPO, a sus periodistas, directivos, comerciales, realizadores, abogados, secretarias, transportadores, los de la cafetería, los de la rotativa, los porteros, etc. Sarmiento no les paga su salario, se los pagan ellos con lo que le producen al periódico, por la venta de suscripciones, por el esfuerzo descomunal de los comerciales que hacen una titánica tarea.

A mala hora nos llegó un Napoleón como dirigente. Ojalá esa campaña tan valiente de una periodista de EL TIEMPO, Jineth Bedoya, defendiendo a las mujeres, #NoEsHoraDeCallar, la tomara ahora el país para defenderse de los cada vez más delirantes comportamientos de un canalla enfermo del alma llamado Gustavo Petro Urrego, triste presidente de una gran nación llamada Colombia.

DIEGO SANTOS

Analista digital

En X: @DiegoASantos

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