Hace apenas dos semanas relataba yo en mi columna el asombro que me causó que un niño de seis años baleara a su maestra en el salón de clases. La semana pasada, el escenario y los protagonistas del drama cambiaron, pero la pesadilla continuó en un salón de baile en Monterey Park. Un enclave refugio de inmigrantes de China, Taiwán y Filipinas en el corazón del condado de Los Ángeles.
La noche del sábado 21 de enero, en el Star Ballroom Dance Studio apenas quedaba un puñado de personas mayores, de entre 50 y 80 años de edad, celebrando la llegada del Año Nuevo Chino, cuando Huu Can Tran, un anciano de 72 años, irrumpió en el salón y asesinó a 11 personas e hirió a otras nueve.
Paradójicamente, los asistentes al salón celebraban el arribo del Año del Conejo, que en 2023 representa la belleza, la longevidad, la paciencia, la paz y la prosperidad. Atributos ajenos a Huu Can Tran, un hombre a quien sus vecinos describían como agresivo, desconfiado y huraño, al que solo alegraban los bailes.
Terminada su macabra tarea en el Star, Huu se encaminó al Lai Lai Ballroom, en la vecina ciudad de Alhambra. Ahí la suerte quiso que se topara con un joven que logró desarmarlo y con ejemplar sangre fría lo obligó a abandonar el lugar. Pudo haberle disparado, pero no lo hizo.
Aparte de los dos tiroteos ya mencionados, en tan solo una semana por todo en el estado se han producido varios más con múltiples víctimas.
A la fecha, nadie sabe por qué Huu se embarcó en la funesta aventura. ¿Sería el despecho el que lo llevó al salón donde alguna vez bailó con su ser amado? Quizá.
Pero el despecho no esclarece el porqué del sacrificio de inocentes. No nos ayuda a comprender el porqué de esta nueva manifestación del mal, la gran pregunta que se han planteado teólogos, filósofos y pensadores desde el principio de la civilización de Occidente.
“En el verano de 410, los godos irrumpieron en la ciudad de Roma y la saquearon durante tres días”, narra la filósofa Susan Neiman en su fascinante libro Evil in Modern Thought. Ante el saqueo, los primeros cristianos se preguntaban: ¿por qué Dios permite que suframos nosotros en vez de derrotar a nuestros enemigos? A lo que San Agustín, en La ciudad de Dios, respondía: “Los caminos de la Divina Providencia son inescrutables y todo saldrá bien para quienes aman a Dios”.
El terremoto que devastó el puerto de Lisboa en 1755 motivó una intensa polémica entre Voltaire, quien culpaba a Dios de indiferencia ante el dolor humano, y Rousseau, que defendía a Dios y culpaba al hombre de la destrucción de la ciudad por apartarse de la naturaleza.
De la caída del Imperio romano de Occidente al terremoto de Lisboa, al Holocausto, escribe Neiman: “El problema del mal no es un remanente de una era teológica perdida, es fundamentalmente un problema sobre la inteligibilidad del mundo”. ¿Cómo explicar el daño que alguien causa a otros? ¿Cómo se aparece el mal?
Para Freud y el Marqués de Sade, el mal es innato e inherente al ser humano. Según Sade, “cuando un hombre asesina, lo hace por un impulso natural”; según Freud, “el mal surge en la intersección entre la crueldad de la pulsión y la amenaza de pérdida de amor”. En ambos autores, la existencia del mal en el mundo es innegable.
Muy posiblemente los habitantes de California coincidan ahora con ambos pensadores. Aparte de los dos tiroteos ya mencionados, en tan solo una semana por todo en el estado se han producido varios más con múltiples víctimas. Seis de una familia en Goshen, en el centro del estado; siete en Half Moon Bay, en el norte; tres mujeres asesinadas en San Diego, y tres muertos y cuatro heridos en Beverly Hills este sábado.
En 2022 hubo 500 tiroteos masivos en Estados Unidos, más de uno diario, ¿será que aquí el mal llegó para quedarse?
SERGIO MUÑOZ BATA