Los latinos y la desmemoria

A un año de las elecciones presidenciales, y cuando el Partido Republicano todavía no ha elegido a su candidato, el inefable Donald Trump ya ha anunciado que de ser elegido presidente, se vengará de todos sus enemigos.

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Para darle gusto a su clientela xenófoba ha diseñado un ataque frontal a la inmigración, principalmente a la indocumentada, pero que afectaría también a quienes tienen permisos temporales para permanecer en el país.

En su hiperbólico lenguaje, Trump ha hablado de realizar deportaciones nunca vistas en la historia moderna de Estados Unidos. Se propone hacer una especie de limpieza étnica con millones de inmigrantes indocumentados y residentes con permisos temporales, incluyendo a aquellos que llevan décadas viviendo en el país.

Para ejecutar sus deportaciones masivas, ha dicho que utilizará a agentes del Servicio de Inmigración, del Control de Aduanas y de la Guardia Nacional. Y para albergar a los inmigrantes antes de su expulsión, construiría campos de concentración temporales.

También ha hablado de utilizar al ejército para atacar a los carteles de la droga fuera de Estados Unidos. Y aunque hasta ahora se han centrado en invadir México, igual podría suceder que el plan se extendiera para incluir a Colombia, Ecuador o cualquier otro país centroamericano. Después de todo, no faltan congresistas republicanos oportunistas que para ganarse un puñado de votos en sus respectivos distritos, ya hayan manifestado su apoyo a la idea.

La gran paradoja del caso es que a pesar de la actitud antiinmigrante de Trump, hay sectores de la comunidad hispana que parecen simpatizar con su mensaje.

Una encuesta reciente de The New York Times/Siena College reveló que aun cuando el 50 % de los votantes hispanos dicen que votarían por el presidente Biden, un 42 % lo haría por Trump.

Un alarmante porcentaje que evidencia que un sector de la comunidad hispana no parece haber oído a Trump cuando en 2016 dijo que los migrantes mexicanos eran violadores y criminales. Tampoco se ha enterado de sus macabros planes para un posible segundo mandato.

Entre los sordos destaco al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, uno de sus más fervientes defensores. “A mí me cae bien el presidente Trump... nos entendimos y fue bueno para las dos naciones”, dijo recientemente, refiriéndose quizá al acuerdo en el que aceptó hacerle el trabajo sucio al norteamericano movilizando a 28.000 soldados a la frontera sur de México para impedirles a los migrantes llegar a EE. UU. Y ahora, en un desplante de irresponsabilidad inaudita, López ha dicho que los 91 cargos criminales contra Trump son espurios, que tienen un carácter político.

Otra claudicación vergonzosa de una institución latina ha sido la de la cadena de televisión Univisión, que pretendiendo hacer una entrevista periodística a Trump acaba de concederle una hora entera para propagar sus mentiras sin que el presentador de la televisora le cuestionara una sola vez.

Tratando de entender estos contrasentidos del culto latino a Trump encontré un caso paradigmático del llamado síndrome de Estocolmo. Natalia Kampusch tenía 10 años cuando fue secuestrada. Durante 8 años vivió encerrada, golpeada, atemorizada y violada. Cuando finalmente logró escapar, su secuestrador optó por suicidarse antes de ir a la cárcel. Una vez muerto, Natalia lloró inconsolablemente ante el féretro de su verdugo, y años después seguía conservando una fotografía de su secuestrador en su cartera.

¿Estará una parte de la comunidad latina sufriendo un episodio del síndrome de Estocolmo? Por su propio bien, espero que no, y que el resultado de la encuesta del NYT sea prematuro.

SERGIO MUÑOZ BATA