Desde los inicios de su vida pública, Hugo Chávez, con su fervor desmedido hacia Simón Bolívar, parecía convencido de ser la encarnación moderna del Libertador. Su constante invocación y la forma en que lo hacía nos llevan a pensar que en aquel cuartel en el que estuvo encarcelado tras el fallido golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, frente al panteón Nacional, donde reposaban los restos de Bolívar, había nacido su obsesión. Desde allí, Chávez comenzó a tejer un relato en el que Bolívar iluminaba su camino y era el líder espiritual de su causa. "El verdadero autor de esta liberación, el auténtico líder de esta rebelión, es Simón Bolívar. Él, con su verbo incendiario, nos ha alumbrado la ruta", proclamaba Chávez con una seguridad que bordeaba lo fantasioso.
Así, empezó a construir una narrativa que pretendía justificar cómo el legado del Libertador se transformaba en su versión de socialismo, centralizado y autoritario. Chávez buscaba convencer que su revolución no era más que la continuación del ideario bolivariano. Con discursos inflamados y populistas, sembró el caos en el orden que había costado décadas de esfuerzo construir.
Hoy resulta inevitable ver los ecos de ese libreto en Gustavo Petro. Las similitudes son inquietantes. En su afán de emular a Chávez, Petro parece atrapado en una obsesión que lo impulsa a seguir el guion venezolano, adoptando no solo las ideas, sino también el tono retórico y confrontacional. Como un eco del chavismo, Petro pretende delinear un proyecto de nacionalización y centralización que evoca los peores momentos del régimen vecino. Sus intenciones de controlar todo, inclusive el poder judicial, y de convertir el presupuesto en un sistema de subsidios para ganar lealtades políticas; hasta el derroche y la corrupción, son un fiel reflejo de las tácticas que condujeron a Venezuela al abismo. Además, su interés por modificar símbolos patrios, como el escudo nacional, y su obsesión por reformar la Constitución para prolongar su poder son capítulos calcados del manual chavista, diseñado en Cuba y aplicado con fervor desde Caracas. En ese sentido, Petro no solo sigue el libreto, sino que lo lleva a un extremo delirante, insinuando un presunto golpe de Estado en su contra, para colocarse en la estela del mito bolivariano.
En su afán de emular a Chávez, Petro parece atrapado en una obsesión que lo impulsa a seguir el guion venezolano, adoptando no solo las ideas, sino también el tono retórico y confrontacional.
Lo más inquietante es cómo Petro, al igual que Chávez, parece ignorar las terribles consecuencias de ese modelo. La quiebra de PDVSA, la otrora poderosa petrolera venezolana, es un ejemplo brutal: de producir 3,2 millones de barriles diarios en 1998, cayó a cifras irrisorias como los 730 mil barriles. Un destino que Petro parece estar replicando con Ecopetrol. La corrupción, que Chávez juró erradicar en su promesa de cambio, devoró al aparato estatal, mientras el narcotráfico florecía hasta impregnar las altas esferas del poder en Miraflores. Hoy, Venezuela, con el heredero Maduro, es el resultado tangible de esos delirios y destrozos. ¿Es esto lo que Petro anhela para Colombia?
No podemos pasar por alto las palabras recientes de Petro, que resuenan con una familiaridad perturbadora. En uno de sus discursos, con retórica mesiánica, insinuó ser una suerte de reencarnación de Bolívar: “Esos jóvenes somos nosotros también, esos jóvenes son Bolívar, de nuevo resucitado en sus almas. Bolívar, decía el poeta, resucita cada 200 años, y ha resucitado entre nosotros, entre ustedes”. Petro parece desdibujarse en la figura del Libertador, pero este Bolívar no es el héroe de la independencia. Lo más cercano que Petro tiene de Bolívar es el apellido de su escudero, Gustavo, su Sancho Panza en su delirante travesía; un Bolívar diametralmente distinto, moldeado a su medida. En realidad, Petro refleja es a un Chávez reencarnado, desbordante de demagogia, odio y confrontación. Un Chávez reinventado, con una historia reescrita; una tragedia que los venezolanos viven y que los colombianos no debemos permitirnos repetir.