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Con mucha displicencia, el Presidente actúa como si el 21 de abril no hubiera existido.

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El descontento llegó a su peor nivel en 2021 y catapultó electoralmente a Gustavo Petro con su promesa de cambio. Sin embargo, su gobierno ha sido incapaz de generar los resultados esperados. La insatisfacción, más que revertirse, parece estar acentuándose. Esto es lo que quedó en evidencia en las manifestaciones del domingo pasado.
Un amigo que salió a marchar me dijo que no quiso gritar “fuera Petro”, pues no desea una ruptura constitucional. Desea un fuera Petro y fuera Pacto Histórico, pero en las elecciones de 2026. Eso mismo fue lo que yo escuché de muchas voces espontáneas a lo largo de todo el recorrido por la carrera 7.ª hasta la plaza de Bolívar.

A diferencia de lo que tanto se dice –al punto de haberlo convertido casi en un lugar común–, juzgando por lo que se vio en la calle el país no está polarizado. Al contrario. Los trabajadores de la salud, al lado de los pensionados, sindicalistas, profesores, y personas de diferentes oficios, extracciones sociales y caminos de la vida, comparten el mismo sentimiento: el país no va bien y la gente está cansada de los malos resultados del Gobierno –sobre todo, de su indiferencia y arrogancia–. Hay bastante frustración y descontento.

Haber declarado el 19 de abril como día cívico, con la intención de debilitar la marcha y, de paso, festejar el cumpleaños del Presidente, produjo el efecto opuesto: mucha gente salió a protestar contra una decisión tan ajena a nuestra idiosincrasia, y que parece más propia del género de la novela latinoamericana donde los dictadores de turno se dejan llevar por la soberbia y la vanidad.

Pero lo que ha pasado desde el domingo es, incluso, más preocupante. Con mucha displicencia, el Presidente actúa como si el 21 de abril no hubiera existido. Según su lectura, la protesta fue una movilización de un grupo que se opone al cambio y que solo piensa en su propio beneficio. El sentimiento en la calle es otro: la gente quiere el cambio para avanzar, no para retroceder, y le duele lo que pasa, sobre todo en temas como la corrupción.
Mientras todo esto ocurría en nuestras ciudades, en Washington se reunían los ministros de Hacienda para decir que ninguna de las promesas sociales, ni las iniciativas que se requieren para enfrentar el cambio climático.
La negación de la realidad, la llamada desinformación, es también parte del libreto antidemocrático. Lo único que falta es que el Gobierno expida otro decreto, esta vez para decir que el domingo pasado no existió.

Esa actitud displicente le impide al Presidente escuchar un mensaje contundente: somos más los colombianos que estamos en desacuerdo con sus políticas y que queremos que el país se gobierne con efectividad. Somos más los colombianos que rechazamos un proyecto político que prefiere dividir al país en vez de oír el descontento.

Resulta paradójico que mientras todo esto ocurría en nuestras ciudades, en Washington se reunían los ministros de Hacienda para decir que ninguna de las promesas sociales, ni las iniciativas que se requieren para enfrentar el cambio climático, podrá materializarse con un crecimiento económico tan pobre como el que se vislumbra en los próximos años. Colombia es el único país en la región que tiene hoy un nivel de inversión inferior al de 2019, por razones eminentemente políticas y que tienen que ver con todo aquello por lo que salimos a marchar el domingo pasado.

Somos más. Y no nos vamos a dejar arrastrar al hueco. Esa es la consigna y la convicción. Ahora, a trabajar para ponernos de acuerdo y avanzar.

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