Soy paisa. Nací y vivo en Medellín. Soy periodista hace tres décadas. Me he beneficiado como antioqueña y como colombiana del espíritu empresarial y de la cultura organizacional de las empresas del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), de su aporte al desarrollo de Antioquia y del país. Me siento orgullosa por ello. Y también por empresas que llevan su mismo sello de calidad, como EPM. En este país de envidias y odios, a muchos les duele reconocer que en este conglomerado está anclado buena parte del desarrollo del país y le buscan caídas por todos lados, pero no han podido encontrar en él la corrupción que campea en todo el territorio nacional. Ni siquiera en Hidroituango pudieron demostrar malos manejos. Hicieron de todo para golpear a EPM, le hicieron daño, pero ella sigue con la cabeza en alto y siempre para adelante.
En estos días, escribiendo un libro sobre José María Bernal, uno de los pioneros de la industria antioqueña, repasé el origen del empresarismo paisa, ligado a una enorme tenacidad, a un trabajo incansable y a una gran visión de futuro. Todo ese espíritu desembocó en el GEA, sobre el cual tienen los ojos puestos, entre otros, el grupo Gilinsky que intenta el control de dos joyas del grupo paisa: Sura y Nutresa.
Un joven ejecutivo, también paisa, me dijo en estos días que es bueno que entren otros capitales a las grandes empresas y otras miradas que sobrepasen las cordilleras que nos encierran. Me dijo, además, que la falta de distribución de dividendos a los accionistas y la carencia de audacia de los directivos de las últimas épocas, están dando sepultura al GEA.
No vendamos el país a quienes no lo merecen, y a los que llegan, exijámosles respeto por lo que hemos construido contra viento y marea.
Yo no soy economista, pero estoy aterrada con el bum de venta de nuestro patrimonio, porque con él se va no solo lo nuestro para ser vendido más adelante a unos y otros capitales golondrina con todos sus males, se va también una cultura, un ADN empresarial comprometido con su ciudad, su entorno, su ecosistema y, lo más importante, con su gente. A Medellín llegó —por ejemplo— un alcalde, un tal Quintero, un extraño que no tiene sentido de pertenencia y ha querido entregar lo mejor de lo nuestro a intereses ajenos. El daño ha sido grande.
Otra ejecutiva joven, María Adelaida Bernal Pérez, directora general de la Fundación Apostolado La Aguja, me dijo sobre el tema que me ocupa: “Para el GEA no puede haber más que palabras de gratitud por lo que han hecho por Antioquia y el país. Tiene empresas robustas y eficientes que llegan a doce países y poseen una gran vena social. Aportan miles de millones cada año a causas por la equidad y la democracia, y lo hacen callados. Su responsabilidad social y ambiental les ha merecido muchos premios internacionales”.
He sido testigo en mi quehacer periodístico de la evolución que han dado nuestras empresas en el tema de responsabilidad social y ambiental, y me pregunto si todo esto se puede dejar ir tras negocios sustantivos, pero que generan incertidumbre. No todo es plata, como decían mis padres: “hay que sentir en la sangre el compromiso por lo nuestro”. Siento todo lo que perdió Antioquia y EPM cuando un capital sueco se hizo al área de telecomunicaciones de esta última. Desde entonces la calidad del servicio bajó sustancialmente.
No tengo nada contra los Gilinsky. Pero dicen los que saben que el GEA ya no volverá a ser el mismo y que tendrá cambios estratégicos fuertes. Lo menos que podemos pedir los colombianos ante los socios que llegan, es que los accionistas y las juntas directivas defiendan una cultura organizacional legendaria y exitosa. Lo más urgente, y donde va mi llamado hoy de cara al futuro, es que los empresarios, los accionistas y los ciudadanos, no permitamos la entrada de capitales de países donde no hay democracia, ni respeto a la igualdad de género, a la libertad de prensa, a los derechos humanos. Y muchos menos que lleguen depredadores del medio ambiente que están comprando aquí y allá nuestras tierras para saquearlas.
No vendamos el país a quienes no lo merecen, y a los que llegan, exijámosles respeto por lo que hemos construido contra viento y marea. ¡Ah!, y mucho menos abramos la caja de Pandora del socialismo. Desde Ucrania nos llega el mensaje.
SONIA GÓMEZ GÓMEZ