De todo lo dicho ante la muerte del artista universal Fernando Botero, las palabras de su hija, Lina, en mi opinión, son las que mejor lo definen: “El más colombiano de todos los colombianos”. El más grande, el más orgulloso de su país, el que más amó a su tierra natal y, yo diría, el “más antioqueño de los antioqueños”.
Le pregunto a su hija en el homenaje a su padre en Medellín y me responde que sí, que quizás sí puede decirse que fue el “más antioqueño de los antioqueños” porque ella puede dar testimonio de que recorrió el mundo llevando en su corazón no solo el amor por los pueblos que lo vieron nacer y crecer, sino, por encima de todo, haciendo gala de los valores que mejor representan ese pueblo: tenacidad, trabajo incansable, disciplina, rebeldía que supera todos los retos, que construye, que crea.
A Botero, lo define según su hijo Juan Carlos, la “grandeza” de su ser. Según su hija, la “sencillez”… No puede haber calificativo mejor para un ser humano que se haya destacado por su vida y su obra: grandeza y sencillez. No puede haber un mejor legado de este hombre inmenso que la enseñanza de estas dos palabras que deberían quedar impresas en todas las obras que se levanten con su nombre.
Grandeza y sencillez y generosidad y calidez. Grandeza en el hablar y en el actuar. Eso es lo que están necesitando Colombia y el mundo. Esa es la impronta imborrable que debe quedar tatuada en el alma de los colombianos. Esa, la carencia más grande en la mayoría de quienes nos gobiernan con arrogancia poniendo al desnudo la pequeñez de su alma y de su ser. Llenando de llanto la faz de la tierra.
“Gracias, Botero”, leímos en los homenajes que se prodigaron al maestro Botero. No pudo escogerse una frase mejor para este momento que hemos vivido de su partida, que nos llena de soledad y vacío. Gracias a su familia, que lo trajo hasta nosotros para poder caminar hasta su féretro y decirle con lágrimas en los ojos que contagie a los colombianos de su valor, integridad y congruencia, para poder hacer del nuestro un territorio de paz, civismo y arte. Gracias a sus herederos por mostrarnos que su calidez no se fue, sino que permanece entre los suyos como un legado.
Delante del retrato suyo colocado en la sala donde reposaba su féretro y con lágrimas en los ojos, le pedí por mi país y por su patria chica. Le rogué que nos impregne de su grandeza y sencillez y perseverancia, para poder llevar estos valores donde quiera que vamos y en todo lo que hagamos. Le pedí fe para creer que podemos superar tantos errores de seres arrogantes que en lugar de crear destruyen y en lugar de amar dañan.
Celebro la decisión del gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, de poner el nombre de Fernando Botero en muchas grandes obras que vendrán y en los planteles educativos de muchos pueblos. Y le sugiero a él, como gobernante, que construya un decálogo de las mejores virtudes de este hombre grande, para que sea enseñado en esos mismos colegios, universidades y escenarios académicos a ver si así logramos recuperar lo mejor de lo nuestro, en memoria del inolvidable e inmortal maestro Fernando Botero.
SONIA GÓMEZ GÓMEZ