Todos los días surgen nuevos estudios sobre el impacto del cambio climático y su manera de frenarlo. Entonces, nos desgarramos las vestiduras y ¿qué más hacemos luego? Pues hagamos hoy un ejercicio: asomemos la cabeza a nuestro cubo de basura de la casa, del edificio que habitamos, de la universidad donde estudiamos, del lugar donde trabajamos. ¿Qué encontramos? Un desastre, ¿verdad? Entonces viene la pregunta: ¿qué hemos hecho a nivel individual y colectivo para resolver el asunto de los desechos, tema esencial en la contaminación del entorno que habitamos?
Para mí unos de los cestos más indicativos del nivel en que va nuestra cultura ambiental son los de las universidades, centros de formación de las nuevas generaciones. Pues bien, todos los días abro los tres de diferentes colores que hay en las distintas puertas de mi universidad (la UPB en Medellín) —que, dicho sea de paso, ha hecho serias campañas por el reciclaje— y lo que me encuentro siempre es lo mismo: cero separación en la fuente. Los estudiantes y la comunidad en general parecen no tener idea de qué se coloca en cada caneca según su color, o no les importa hacerlo. Eso lo dice todo. Poco hacemos frente a los SOS de los organismos internacionales que buscan frenar la destrucción de nuestro planeta.
A propósito de estos SOS, quiero referirme al reciente informe de la ONU, que ha sido noticia de primera plana a nivel mundial. Dice el Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU que para frenar el calentamiento global es esencial la reducción del consumo de carne, entre otras cosas porque las vacas producen una gran cantidad de gas metano de gran impacto en el efecto invernadero. “No queremos decir a la gente qué comer, pero sería realmente beneficioso, tanto para el clima como para la salud humana, que la gente de muchos países desarrollados consumiera menos carne, y que la política creara incentivos apropiados a tal efecto”, dice esta organización. Los expertos proyectan que para 2050, reemplazando la ingesta de proteína animal con la vegetal, el consumo de carne se reducirá en un 50 %.
El impacto de la carne roja en la salud lo refrendan las prescripciones médicas, que a lo largo y ancho del planeta vienen recomendando bajar este consumo por su relación con diversas dolencias
Este llamado no es nuevo. La FAO lo ha hecho teniendo en cuenta todos los factores asociados a la producción de carne, entre los que se encuentran las emisiones generadas por la elaboración de fertilizantes, la conversión de bosques en pastos, el cultivo de pienso y las emisiones que provienen de los animales (eructos y deposiciones) desde su nacimiento hasta su muerte. También ha dicho que la ganadería utiliza hoy en día el 30 % de la superficie terrestre del planeta, y que la tala de bosques para crear pastos es una de las principales causas de la deforestación, en especial en Latinoamérica, donde el 70 % de los bosques que han desaparecido en el Amazonas se han destinado a pastizales. Estas tierras se dañan así irremediablemente porque, como escuché alguna vez en un trabajo de campo en el Amazonas, “son suelos tan frágiles que no aguantan ni el paso de un ganso”.
El impacto de la carne roja en la salud lo refrendan las prescripciones médicas, que a lo largo y ancho del planeta vienen recomendando bajar este consumo por su relación con diversas dolencias, entre ellas el cáncer. Sin embargo, hoy se están sacando a la luz estudios que refuerzan la idea de que la carne roja no hace tal daño, como pudimos leer en un informe de este diario del 1.º de octubre último. Hay muchos intereses económicos de por medio, sin duda.
Pero, aparte de estos temas de salud, mi reflexión se centra en un asunto ignorado por los investigadores: las consideraciones éticas sobre la crianza y muerte de especies animales para consumo, denigrantes y crueles para ellos, y terribles si evaluamos la actitud prepotente del ser humano frente a sus congéneres. Para mí dejar de comer carne es, además de lo dicho por la ONU y la FAO, un asunto de ética. Yo dejé de hacerlo no porque me pareciera de mal sabor un suculento chicharrón bien tostado. Mi primera razón fue de principios, de solidaridad con esos seres vivos, a quienes llamamos animales irracionales, pero que sienten el horror del puñal en el matadero.
Me sumo, entonces, a la ONU para solicitar la baja de ingesta de carnes como una política estatal. Así que me permito una sugerencia: ensaye a dejar de comer carne roja por un tiempo, y luego ya nunca más querrá consumirla. Su cuerpo y su mente se lo agradecerán, y el planeta también.