Una especie de vértigo colectivo parece desbordar a los colombianos. Se vive bajo una presión que hace creer que todo avanza, con una fuerza y a una velocidad angustiante, en dirección al desastre. El facilismo en las interpretaciones y la simplificación de los hechos son tan abrumadores que ya no se reconoce la distancia entre lo que se “ve” y lo que realmente sucede. Aun así, nadie tiene problema para emitir juicios sin entender que se está ante una suma de supuestos. Todo se totaliza en la cabeza del Presidente, como si fuera el principio y fin de todos los males (o todos los bienes). Lo peor es que tampoco se valora a los que se oponen a él.
Para comenzar, se cree que el Presidente está al mando. Que tiene todo bajo control y (sobre todo) una estrategia clara. Que basta que anuncie cualquiera de sus iniciativas para que tenga asegurada su ejecución. Pero la realidad muestra que Petro no manda. Que no todo está bajo su control y que apenas una o dos de sus iniciativas han resultado. No por otra cosa él mismo insiste en que no tiene el poder. Tiene razón. Si el poder se define como la capacidad de hacer las cosas y terminarlas, no hay duda de que ahí está el obstáculo del gobierno Petro. Para gobernar no solo se necesita saber qué hacer y con quién hacerlo (política). También se requiere capacidad para hacer las cosas (poder). Con mucha política y poco poder, Petro no gobierna, solo istra intereses.
Pero la angustia colectiva nubla las mentes. Hace que la gente opte por el camino fácil de acusar a la oposición de “no tener relato, ni proyecto ni norte”. Y la califica de débil y torpe, porque “se le atraviesa a una reforma laboral popular sin entender el momento político”. Creen que los senadores de la Comisión VII hundieron la reforma porque no les dieron lo suficiente para comprarlos. Nadie considera que las audiencias públicas, las mesas técnicas y/o los conceptos expuestos por gremios, sindicatos, organizaciones sociales y la Defensoría del Pueblo pudieron nutrir la decisión de los senadores. Y menos que, por tomar esa decisión, han tenido que aguantar persecuciones y señalamientos. Incluso ataques en sus hogares.
La realidad muestra que Petro no manda. Que no todo está bajo su control y que apenas una o dos de sus iniciativas han resultado
Pese a todo, la oposición ha cumplido con su tarea. De lo contrario, Petro tendría aprobadas sus reformas, habría ganado las elecciones de alcaldes y gobernadores en octubre de 2023 y la corrupción no hubiera cercado a su entorno más inmediato. Pero, sobre todo, no tendría que recurrir a las agresiones, señalamientos, amenazas o la criminalización a los opositores. Sin oposición estaríamos sometidos a la más pobre de las tiranías. ¿Quiénes son los que no han entendido el momento político?
La angustia no permite dimensionar bien las cosas buenas y malas que, desde el Gobierno o en la oposición, muchos están tratando de hacer para que el país vaya a mejor. Tampoco se valora el papel de las instituciones. La capacidad que muestran gobernadores y alcaldes, jueces, militares, gremios, organizaciones sociales o universidades, para resolver los problemas que se están afrontando.
Basta de quejarse de nuestra anormalidad. Es hora de entender lo que está ocurriendo para, desde allí, comenzar a trazar una línea de futuro. No dejarse llevar por el ruido de las amenazas presidenciales o las invocaciones absurdas de opositores. Que el Presidente termine su periodo de la mejor manera posible. No es un país contra un hombre. Somos una nación en busca de una forma diferente de ser y hacer las cosas.
Vale la pena retomar la pregunta de Ramentol, pero reformulada desde y para nuestra realidad: ¿tiene futuro nuestro futuro? Se trata de conocer para anticipar los cambios y prepararse para afrontar el próximo curso de los acontecimientos. Es la cuestión que, en adelante, desde esta columna de opinión y mis demás actividades trataré de abordar en el marco de un proyecto que, con la contribución de los mejores expertos del país, quiere centrar y encauzar las reflexiones y los esfuerzos que ya se están haciendo por tener un país mejor. Próximo: Y los empresarios, ¿cuál es su papel?
PEDRO MEDELLÍN TORRES
Profesor titular, Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional