“El miércoles 9 de octubre, Nicolás Sánchez Arévalo, uno de nuestros reporteros, recibió una amenaza de muerte directa”, escribió José Guarnizo, el director de ‘Vorágine’. El trabajo de Sánchez, que recomiendo leer, se titula ‘El ‘dossier’ desconocido de Chiquita Brands, Uribe y los paramilitares’ y examina, a partir de la condena a esa multinacional bananera en Estados Unidos, las relaciones entre empresarios y paramilitares que, desde 1995, se movieron en esa línea difusa que conecta las Convivir con el paramilitarismo y el poder económico y político.
“En 2007 Chiquita Brands hizo un acuerdo con la justicia estadounidense en el que aceptó que aportó 1,7 millones de dólares a los paramilitares”, señala el texto, y alerta sobre el contraste con la lentitud de la justicia colombiana que puede llevar los expedientes a una probable prescripción en septiembre de 2025, según lo subrayó el Tribunal Superior de Antioquia.
Las amenazas al reportero llevaron a ‘Vorágine’ a hacer pública una pausa en las investigaciones y a señalar cómo la búsqueda de los nexos entre empresarios y actores del conflicto armado conlleva riesgos mortales para muchos periodistas, en diversas regiones de Colombia. La Flip ha documentado 164 amenazas de muerte en 2024, cita Guarnizo, y afirma que “estas agresiones a la prensa no se pueden volver parte de un paisaje”.
Lo que más impresiona al leer el trabajo de Nicolás Sánchez es constatar que documenta hechos que sabemos sobre los vínculos entre el poder político, el militar y el empresarial en el que se amparó el paramilitarismo, y cuya supuesta justificación se basa en la ausencia del Estado. Ver “esas cosas que en apariencia no son tan palpables”, que Guarnizo señala como la razón de ser del periodismo de ‘Vorágine’, implica ir develando esos diseños institucionales y esas formas de relacionarnos de los que no hablamos en Colombia, y que, precisamente, por no haber sido nombradas, se han vuelto parte de nuestra forma de resolver conflictos como si fuera un ADN que va dejando su impronta, de una generación a la siguiente. Aunque cambien los nombres de los actores (pero ni eso cambia), el fenómeno de comprar una supuesta protección por fuera de la institucionalidad (“al margen de la ley”, nótese la expresión) y comprar también poder político es una práctica aceptada.
Lo que más impresiona al leer el trabajo de Nicolás Sánchez es constatar que documenta hechos que sabemos sobre los vínculos entre el poder político, el militar y el empresarial en el que se amparó el paramilitarismo
“Aquí todos estamos secuestrados... Los tipos siguen acá mandando políticamente, militarmente... Mandan porque acá no se ha dicho la verdad ni se va a decir”, le dijo una persona que fue condenada por ‘parapolítica’ en Urabá al reportero, y lo que aterra de esos testimonios no son solo los nombres de los políticos que, veinte años después, siguen recibiendo apoyo para sus campañas, sino ese contexto de silencio repetido que se impone a la prensa, del que habla José Guarnizo, y que parece parte de un trauma colectivo.
Si el trauma se define como una experiencia dolorosa que ha sobrepasado los límites tolerables y que por eso no puede ser nombrada, ni simbolizada, ese silenciamiento a la prensa contribuye a la repetición de la historia (del paramilitarismo, del conflicto armado, de la violencia y del miedo) durante muchos años. Y no deja de ser paradójico que el medio amenazado ahora se llame “Vorágine”, cuyo significado alude al “remolino impetuoso que hacen en algunos parajes las aguas del mar, de los ríos o de los lagos”. Quizás tampoco sea casualidad que la novela del mismo nombre, publicada en 1924, comience con esa frase que repetimos de memoria, “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.
Tal vez por eso siga siendo tan importante el trabajo de buscar significados y voces (muchas voces, en todos los medios, en todos los registros) para nombrar tanto que ha sido silenciado.
YOLANDA REYES