En un país como Colombia, donde son tan comunes los recordatorios de fechas absurdas y de polémicos aniversarios, me pareció lamentable, por decir lo menos, que se hubiera pasado por alto la celebración de los 70 años de una fecha clave en la lucha por los derechos de la mujer.
En una jornada que quedó para la historia –y sobre la cual se ha hablado mucho menos de lo que se debería–, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó el 25 de agosto de 1954 el derecho de las mujeres a elegir y a ser elegidas. Fue la culminación de varias décadas de esfuerzo y de, no pocos, intentos fallidos por equiparar políticamente a las mujeres con los hombres, en una época en la que muchos derechos fundamentales eran asumidos como privilegios exclusivos de los varones.
Aunque esta conquista se produjo durante el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, no se trató de una concesión ni de una gentileza de parte del dictador, sino que fue la conclusión de un complicado proceso iniciado décadas antes, y a lo largo del cual las mujeres –en su intento legítimo por hacer valer sus derechos– fueron objeto de numerosos portazos, burlas y desplantes.
No está de más recordar que aunque hoy la autonomía femenina se da por descontada, y la participación de las mujeres en la vida productiva del país goza de muchas garantías, esto no ha sido siempre así, ya que hasta mediados del siglo pasado ellas eran ciudadanas de segunda categoría, a las que no solo se les negaba el derecho de acudir a las urnas, sino que se les impedía istrar sus bienes y actuar, en general, por su propia cuenta; lo cual se traducía en un sometimiento a la tutela de sus maridos, padres o hermanos, para cuestiones tan elementales como abrir una cuenta bancaria, por mencionar un ejemplo.
De ahí la importancia de lo que se logró, pues fue una jornada que partió en dos la historia de los derechos civiles en el país, gracias a la persistencia de muchas mujeres, como Josefina Valencia, Ofelia Uribe, Georgina Fletcher y Aydée Anzola, entre otras. En este grupo de ciudadanas, vale la pena destacar el aporte y el liderazgo de una colombiana cuya memoria debería estar acompañada de los más altos honores, pero que ha sido casi del todo ignorada por la historia.
Esmeralda Arboleda jugó un papel crucial como una de las precursoras de la emancipación femenina en este país.
Me refiero a la abogada Esmeralda Arboleda Cadavid, la primera mujer elegida para ocupar una curul en el Senado de la República –entre 1958 y 1961–, y la primera embajadora en nuestra historia diplomática; fue representante de Colombia ante el Gobierno de Austria, y también en Naciones Unidas. Además, fue ministra de Comunicaciones en el gobierno de Alberto Lleras Camargo.
Sin embargo, antes de dedicarse a conquistar el voto femenino, Esmeralda Arboleda militó en distintos movimientos estudiantiles, abrazó diversas causas sociales, hizo suya la bandera de la protección legal de la niñez y se especializó en criminalidad infantil en la Universidad de Indiana.
En síntesis, fue una incansable líder social –mucho antes de que se acuñara ese término– y jugó un papel crucial como una de las precursoras de la emancipación femenina en este país. Y si bien Esmeralda Arboleda no fue la primera que alzó la voz en defensa de los derechos ciudadanos y políticos de las mujeres colombianas, sí fue una de las pioneras en ese intento de cerrar la brecha entre hombres y mujeres en un momento determinante del siglo XX.
Y aunque me sorprendió que en un aniversario tan importante los medios hubieran pasado de agache, me llamó más la atención el hecho de que no hubiera un pronunciamiento oficial ni que se hubieran celebrado por todo lo alto los 70 años de un acontecimiento tan significativo en la búsqueda de la igualdad y la reivindicación de los derechos de la mujer, consignas de las que tanto se habla en este gobierno.