El título de este artículo obedece al libro Modernidad líquida, del sociólogo, filósofo y ensayista polaco judío, muerto en enero de 2017, Zygmunt Bauman; cuando Hitler invadió su país, huyó a la Unión Soviética. Pues bien. Se trata de describir y leer de alguna manera la realidad social de nuestro tiempo. Hoy las redes sociales tienen todo el poder del mundo y encuentran a un hombre frágil, sin principios y, por ende, acrítico.
El hombre cambia de parecer de la manera más olímpica. Lo que cuenta es la mutación, el cambio permanente. La ‘mermelada’ en la política es una muestra de la inestabilidad del hombre moderno. Hoy los partidos no cuentan, en cada momento político se da una acomodación al que lleva las de ganar en las elecciones. No se defienden ideas, programas, se ocupan puestos y se aspira a participar en el ponqué burocrático. En cuanto a las creencias, se cambia de religión como se cambia de zapatos.
Es un hombre inestable en el afecto, en las relaciones. Los “triunfadores” en esta sociedad son las personas ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las finanzas. Personas hedonistas y egoístas que ven la novedad como una buena noticia, la precariedad como un valor, la inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una riqueza. Esto ocurre en los países occidentales y “libres”.
El homenaje a la libertad en París y Nueva York expresa en el mundo occidental “el respeto” por todos, perdiéndose toda identidad cultural. El patrimonio cultural pasa a los museos como una simple información de tiempos ya superados. Las raíces culturales apenas si se mencionan. Es una sociedad mediocre, sin bases, ligera, superficial.
Es un hombre volátil, superficial e irreverente y vacío. Siendo ignorante se cree sabio y llega a la negación de todos los valores.
El médico siquiatra español Enrique Rojas escribió hace algunos años la obra El hombre light, en la que describe al hombre moderno como un hombre superficial, ligero, light, sin bases, sin fundamentos. Son aquellos que viven cacareando por la calle, sin ton ni son, oyen cantar el gallo pero no saben dónde; se quedan con los flashes de las redes sociales y gritan desaforadamente, se afilian a causas sin ningún criterio, solo el criterio del que más ruido haga. Este hombre en la nueva sociedad es tan frágil como el pétalo de una rosa. ¡Qué paradoja!, un pobre hombre débil que hace alarde de grandeza y seguridad. Un hombre terriblemente inestable. Esto no ocurre en los países de cultura musulmana: aquí los principios y normas del Corán se aplican en la vida política por la sharía, como código de conducta involucrado en todas las normas y leyes de estos países teocráticos. Quien no los acepte puede contar con la lápida en la espalda.
Lo mismo pasa en los países totalitarios y comunistas en donde hay dictadura de partido: o la gente acepta tales regímenes o se va a un campo de concentración a la helada Siberia como nos lo describe la novela El archipiélago de gulag, del escritor ruso Aleksander Solzhenitsyn, en donde denuncia el sistema horrendo de represión del Estado estalinista en la extinta Unión Soviética. Son escenas escalofriantes. Todo en nombre de la revolución.
Por otra parte, se va extendiendo en el colectivo cultural, lo que la filósofa Monserrat Nebrera ha denominado “generación de cristal”; término que surge como una metáfora para describir la fragilidad emocional de los adolescentes y jóvenes contemporáneos, quienes parecen ser más sensibles y vulnerables debido a una crianza sobreprotectora por parte de sus familias. Estamos formando hijos enclenques que ante la menor dificultad sucumben en sus propósitos. Es un hombre volátil, superficial e irreverente y vacío. Siendo ignorante se cree sabio y llega a la negación de todos los valores. Las raíces culturales se van perdiendo. Es más, no solo obsoletas sino propias de un pasado ya superado.
* Obispo emérito de Neiva