“Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”. Colombia debe poner mucha atención a no repetir la tragedia venezolana. Por nuestra indiferencia nos parece normal el ataque a las cortes, los medios, las empresas; que nos digan sin sonrojarse que no les gusta el sistema electoral y que necesitan una nueva Constitución.
Las enormes irregularidades de las elecciones comenzaron con la exclusión de la votación del 95 % de los 7 millones de venezolanos que viven en el exterior. El Centro Carter, que no se prestó para la pantomima, denunció que los testigos de los partidos políticos no recibieron las actas originales de cada mesa al culminar la votación, las autoridades del CNE “mostraron parcialidad a favor del oficialismo y en contra de las candidaturas de la oposición”, el registro de electores se presentó en tiempos muy cortos, no hubo veedores internacionales y en gran parte del país hubo restricción en las mesas de votación. Ni la ONU, ni la Unión Europea ni la OEA pudieron ser garantes y, al final, China, Rusia y Cuba fueron los primeros que salieron a apoyar al dictador, mientras Colombia guardó silencio varios días y luego simplemente llamó a la calma. Un fraude total.
La pregunta no es por qué sucedió esta situación, que ya era totalmente predecible, es cómo Venezuela se convirtió en una dictadura y cómo evitar que eso pase en otros países. La respuesta es simple: nuestro vecino destruyó su institucionalidad y ya no hay cómo defenderla. Todo comenzó con el ascenso de un populista como Chávez, que, en su primera elección, en 1998, fue elegido con un 56,2 % de los votos, superando al segundo candidato por más de un 17 %. Las razones de su elección fueron claras: una clase política corrupta, un resentimiento profundo de millones de venezolanos ante la desigualdad y la escasa defensa de la institucionalidad. Luego vino la promulgación de la Constitución Bolivariana de 1999, que destruyó las bases democráticas de ese país dando la mayoría de los poderes al presidente y a una Asamblea Nacional que es controlada por el chavismo a través de la corrupción.
En Venezuela no hay ningún equilibrio de poderes. El Tribunal Supremo, que es el máximo poder judicial, es elegido por la Asamblea Nacional, es decir, por el Congreso venezolano, lo cual implicó la politización absoluta de la Rama Judicial, pues sus magistrados a su vez eligen a los tribunales y jueces. El fiscal general también es elegido por la Asamblea y se convirtió en el primer instrumento de represión de la oposición.
En el año 2017 sucedió una tragedia aún mayor: cuando el chavismo perdió las elecciones en la Asamblea Nacional, se inventó la pantomima de la Asamblea Nacional Constituyente para retomar el poder. A través del control del Consejo Nacional Electoral hizo unas elecciones fraudulentas y se apoderó del nuevo órgano que desde ese momento usurpó a la Asamblea Nacional, nombraron a un criminal como Tarek William Saab como fiscal general y aumentaron la represión. Venezuela no tiene futuro, no hay forma alguna de restablecer la democracia y todos cuantos apoyan su gobierno, como los presidentes de México, Brasil y Colombia, son también responsables de las violaciones de los derechos humanos que se cometen contra el pueblo venezolano.
Las lecciones para los latinoamericanos son claras: el populismo se puede imponer en cualquier democracia ante el resentimiento y la desigualdad de su gente.
Las lecciones para los latinoamericanos son claras: el populismo se puede imponer en cualquier democracia ante el resentimiento y la desigualdad de su gente. Por ello, lo más importante es defender las instituciones de su cooptación por el régimen. Sin independencia de las demás ramas del poder público, nuestros países pueden caer en la dictadura en cualquier momento.
Pongamos las barbas a remojar, porque nuestra indiferencia frente a las injusticias y violaciones de los derechos humanos y la libertad nos puede pasar factura en el corto plazo.
LUIS FELIPE HENAO