Los que pensaban que las aguas de la política española iban a regresar a la calma tras la jornada electoral del pasado 23 de julio van a tener que esperar unas semanas, o incluso unos meses más, pues tras unas reñidas elecciones generales, aunque el bipartidismo salió fortalecido, la situación es todavía incierta.
Pese a que el Partido Popular (PP) obtuvo la mayor votación, los escaños conseguidos no le alcanzan a su candidato, Alberto Núñez Feijóo, para asegurar su investidura; ni siquiera en coalición con los ultraderechistas de Vox, que perdieron una tercera parte de sus curules.
Se trata de un incuestionable revés para el líder conservador, que había llegado a la cita embriagado todavía del triunfalismo que brotaba de las elecciones regionales de hace dos meses, en las que su partido apabulló al Partido Socialista Obrero Español (Psoe). A tal punto que, a la luz de aquellos resultados el presidente actual del gobierno, el socialista Pedro Sánchez –en su afán de salir de ese chicharrón de una vez por todas–, se vio obligado a adelantar las elecciones generales, que estaban programadas para diciembre.
Y razón no le faltaba, pues en ese momento el panorama no podía ser más desolador para la izquierda española, que veía cómo la derecha de los populares –ya no tan moderada– pactaba con Vox, partido con el que ya cogobierna en varias zonas de la península ibérica. Las circunstancias no podían ser mejores para los adversarios de Sánchez, que aplaudieron a rabiar la inusual convocatoria electoral, con la certeza de que iban a arrasar.
Los socialistas –y la izquierda en general– tuvieron un desempeño más que satisfactorio, en contraste con los ultraderechistas de Vox
Fueron semanas de una campaña tan inesperada como intensa, en la que salieron a relucir temas como la inmigración, la economía, el manejo de la pandemia, la guerra de Ucrania, el europeísmo, etcétera, asuntos en los cuales ni Sánchez ni Feijóo, los dos principales protagonistas, brillaron particularmente.
Para muchos, la disputa ya estaba zanjada a favor de los populares, que incluso ya daban por recuperada la Moncloa, luego de los cinco años en los que Sánchez se ha batido como un león para mantenerse en el cargo. De hecho, la semana pasada, el candidato popular ya daba entrevistas en tono de nuevo presidente del Gobierno español, pensando con el deseo, pero sin llegar a imaginar lo que se le iba a venir encima el 23-J.
Convencidos de su triunfo, Núñez Feijóo y sus seguidores pasaron por alto varios factores, que iban desde notorias metidas de pata del candidato hasta la alianza con Santiago Abascal –el polémico presidente de Vox–, pasando por una problemática amistad de tiempo atrás con un reconocido narcotraficante, relación que trató inútilmente de minimizar.
Por su parte, el desgastado líder socialista parecía tenerlo todo en contra y eran pocos los que apostaban por su supervivencia; sobre todo, después del inesperado paso en falso que dio en el único cara a cara televisado que sostuvo con Núñez Feijóo. Y como si todo lo anterior fuera poco, en la recta final del proceso, su popularidad parecía ir en picada y casi todas las firmas encuestadoras –con dos notables excepciones– daban por segura una barrida del PP.
Sin embargo, Sánchez no se dio por vencido y, para sorpresa de propios y extraños, desmintió los malos presagios; y, a pesar de que no ganó, superó su propia votación de las elecciones de 2019 y se mantiene con vida. Una derrota más que digna.
Aunque, dadas las particularidades del sistema electoral español, aún faltan muchos ires y venires para que alguno de los dos candidatos logre conformar gobierno, los socialistas –y la izquierda en general– tuvieron un desempeño más que satisfactorio, en contraste con los ultraderechistas de Vox, que no solo vieron disminuir su caudal electoral, sino que con su cercanía terminaron contaminando a su aliado, el Partido Popular.
VLADDO