La era de la información y el conocimiento que define al mundo actual es un hito en la historia humana derivado de la convergencia de proezas como el Estado de derecho, la democracia, la ciencia, la tecnología y la globalización, habiéndose necesitado milenios y billones de vidas para llegar a él.
Y, aunque a nadie le podría caber en la cabeza regresar –sin ir tantos siglos atrás– al oscurantismo, la Inquisición o a cualquier tiempo determinado por la ignorancia, el aislamiento y la incomunicación, un hito así hoy se da por descontado, no se valora conscientemente, y el riesgo de su menoscabo se subestima.
Esta era en verdad es menos ilustrada de lo que debería; a veces parece más una nueva era de la ignorancia no obstante la revolución tecnológica, con muchas herramientas de a datos y a mucha basura, pero de muy poca profundidad y conocimiento, perezosa y con bastante desapego a la verdad o indiferencia frente a la mentira.
La posesión de dispositivos que pueden conducir a información no conlleva comprensión ni aprendizaje; la masividad privilegia la cantidad sobre la calidad y conduce a confusión y superficialidad; y la inmediatez obsesiva induce seudoconocimientos efímeros y emocionales.
Los retos educativos en estas materias son enormes, como la necesidad de legitimar, estimular y promover fuentes de información y conocimiento autorizadas, versadas e idóneas. El descuido de estos retos engendra una nueva forma de analfabetismo y el desaprovechamiento del hito, el abono para la mengua paulatina de un derecho sagrado: conocer la verdad.
Para la demanda de bienes y servicios prima la relación costo-beneficio, y en su entorno competitivo la información autorizada, versada e idónea también tiene que evidenciar su oferta de valor, y es ahí donde se tienen que enfocar los medios y el periodismo. La preferencia por la ignorancia y la ligereza emocional es la mejor opción para intereses innobles contra los cuales, sin duda, siempre será muy difícil competir con nobles intenciones.
Esta oferta debe ser plural y transparente en su orientación, matices y propósitos. Y si realmente es una oferta periodística, la renovación constante de sus compromisos con los valores del periodismo debe ser manifiesta, para que la información sea cierta, clara y útil. Así es como la información es un bien esencial; el periodismo, un servicio, y los medios, la forma organizada para garantizar su prestación profesional.
Son legítimas otras formas de expresión y entretenimiento y de altísima demanda, pero en las empresas de medios de información profesionales debe primar siempre su más pura oferta de valor, no agendas personales u ocultas, conflictos de intereses ni egos que se antepongan a la misión informativa que corresponde a la verdadera vocación periodística.
Esto desdice del periodismo y contamina una industria que, en razón de lo que está llamada a hacer, no se puede permitir menguas ni cuestionamientos sobre su vigencia, relevancia y supervivencia.
Werner Zitzmann
Director Ejecutivo de Ami, Asociación Colombiana de Medios de Información