¿Me importa quién sea el Papa? Esta fue una de las preguntas que me hice constantemente durante la tristísima agonía del papa Francisco. También durante la fastuosa ceremonia del cónclave para elegir al papa Leo XIV.
No soy sacerdote y, aunque fui educado en el catolicismo, hace décadas que vivo totalmente separado de la Iglesia. Peor aún, cada vez que leo de un nuevo caso de pederastia en la Iglesia, la institución se disminuye en mi estimación. Me parece imperdonable que cuando una figura de autoridad, como lo es un sacerdote, abusa de un menor, sus superiores no solo lo oculten sino que protejan al transgresor.
No obstante, debo confesar que en mi vida ha habido tres ocasiones en las que las acciones y los pensamientos de tres papas me han causado una profunda y favorable impresión.
Del recién elegido Papa, León XIV, me han conmovido su historial de amparo a los migrantes, su devoción por los pobres, su defensa de los derechos humanos, su fama de hombre de consenso y su habilidad poliglota para abrirse al mundo.
Del papa Francisco iro su empeño por reencauzar el rumbo de la Iglesia católica, priorizando la inclusión y el cuidado de los marginados sobre la pureza doctrinal. Su acercamiento a los migrantes, a los pobres y a los desposeídos, a las víctimas de abusos sexuales por parte del clero católico y a los católicos homosexuales marginados. Su amor al arte y su concepción del papel de la cultura para expresar la condición humana.
A Juan Pablo II, con quien tuve el privilegio de charlar brevemente en 1985, lo asocio con la palabra latina gravitas por su señorío, dignidad y por el tremendo peso de su personalidad. Reconozco que su apoyo al movimiento Solidaridad de Lech Walesa, que inspiró al pueblo polaco para poner fin al régimen comunista de manera pacífica, fue un brillante ejemplo de liderazgo basado en su claridad moral.
Pero más allá de las cualidades específicas de estos tres pontífices encuentro muchas otras razones que contribuyen a hacer del Papa una figura excepcional.
Por su influencia moral y ética. Cuando el Papa habla sobre temas como la paz, la pobreza, el cambio climático, los derechos humanos y la justicia social, su pensamiento trasciende la creencia religiosa y afecta a millones de personas porque contribuyen significativamente al discurso moral global, independientemente de la fe.
Por el impacto global de sus palabras. El Papa es una figura mundial de gran relevancia, y sus declaraciones pueden moldear la opinión pública, influir en políticas internacionales y determinar cómo responden las grandes instituciones ante las crisis. Su voz tiene peso en la geopolítica y en los movimientos sociales globales.
Por su significado cultural. No podemos olvidar que el Papa representa una institución con más de 2.000 años de existencia, que ha desempeñado un papel fundamental en la configuración de la civilización occidental. Sus declaraciones suelen resonar con, o reflejar, grandes corrientes culturales, filosóficas o históricas.
Por su papel político y diplomático. El Vaticano mantiene relaciones diplomáticas con más de 180 países y a menudo participa en mediaciones o gestiones en conflictos internacionales. Una persona no creyente podría interesarse por lo que dice el Papa si esto afecta los esfuerzos por la paz internacional o las políticas internas de los países.
Por último, porque suele ser frecuente que el mensaje del Papa coincida con los valores de una persona no creyente como el cuidado del planeta o la ayuda a los pobres y, en esos casos, su voz puede verse como una aliada poderosa, no por su autoridad divina, sino por los valores humanos compartidos.