Cuentan que, en 1284, la ciudad de Hamelín estaba infestada de ratas y que un flautista ofreció sus servicios de “encantador” para que se fueran detrás de él y se ahogaran en el río. La leyenda, que no termina ahí, fue rescatada por los hermanos Grimm e inspiró luego uno de los ‘Cuentos para jugar’, de Gianni Rodari, titulado ‘El flautista y los automóviles’. En el cuento, el flautista es llamado por un alcalde para liberar a la ciudad de la plaga de los carros, y al lector le es posible elegir entre tres finales.
No sé si Claudia López, los funcionarios del IDU, sus diseñadores de ‘renders’ o sus publicistas conocen el cuento de Rodari, pero su propuesta de desaparecer los carros de la séptima para hacerlos ahogarse en los ríos vehiculares de la Circunvalar o la novena, en donde hoy ni caben los que ya hay, tiene visos mágicos.
Esta nueva leyenda verde decora una reedición del TransMilenio por la séptima –aquel que la alcaldesa prometió no hacer cuando fue candidata–, y la justifica con imágenes de un parque lineal infestado de buses, por el que corren jóvenes ciclistas y caminan peatones bajo el impredecible y esquivo sol de Bogotá.
En la leyenda del IDU, los carros también han desaparecido práctica, o mejor, mágicamente, y en varios tramos hay un solo carril para circular de norte a sur. Por ejemplo, en la 90 con séptima, ese único carril lo compartirán las ambulancias, los buses escolares, las motos, las volquetas, los proveedores de mercancías, algún carro varado y los “perversos” automovilistas que salen de Cedritos, o de más lejos, a trabajar al centro.
Nada de eso se ve en las imágenes, como sucede en la publicidad política. Sin embargo, lo más grave es el hecho de atribuir el denominado “diseño conceptual” del corredor a la consulta ciudadana. Como en un cuento de Rodari, el IDU propuso utilizar Streetmix, “para diseñar tu versión de la #SéptimaVerde”. Las frases que tomé literalmente de la página oficial del Instituto invitan a “que en tu diseño puedas incluir o eliminar carriles para carros, ampliar andenes, poner árboles y mucho más”.
En ese método “lúdico” se basa la Alcaldía para decir que cumple los deseos ciudadanos y para llamar consulta y participación al juego de “incluir o eliminar carriles”, sin las mediciones técnicas y matemáticas, que les corresponde hacer a los expertos, y que constituyen una responsabilidad delegada a la alcaldía. Cabe pensar qué pasaría si los ciudadanos hubieran elegido usar alfombras voladoras, que es otra de las opciones del juego de Streetmix, y que, al paso que vamos, serán la única forma de moverse en Bogotá.
Después del “piloto” que, al amparo de los confinamientos de la pandemia, llevó a la Alcaldía a destinar exclusivamente un carril de la séptima para bicicletas y condenó a los que vienen de Cedritos, o de más lejos, a una pesadilla cotidiana que puede tomar dos horas en menos de treinta cuadras, llega ahora el proyecto culminante de López de colapsar el norte de la ciudad.
Pero, contrariamente a lo que pregona la Alcaldía, la gente no está enterada de semejante irresponsabilidad, y a quien ose preguntar cómo será el manejo del tráfico, lo tratarán como un dinosaurio que no entiende el cambio cultural ni los procesos de “co-creación conceptual”.
Lo grave es que los pliegos de la licitación saldrán en las próximas semanas y la obra costará 2,9 billones de pesos. Por supuesto, queremos menos carros, mejor transporte público y más opciones de movilidad: eso es un imperativo en una consulta ciudadana. El problema es cómo hacerlo paulatinamente y en eso consiste la responsabilidad técnica que hemos delegado en la Alcaldía y a la que debemos exigir, además de información veraz y sustentada por expertos, cuentas reales.
YOLANDA REYES