No es que por arte de magia la aprobación a la gestión del presidente estadounidense, Joe Biden, vaya a dispararse positivamente, o que deje de tener oposición, incluso entre algunos de los de su propio partido. Pero el discurso del estado de la Unión, el primero que le correspondió, fue una buena percha para mostrarse como el líder unificador de un mundo libre dispuesto a frenar los delirios imperialistas de Vladimir Putin y para exhibir que, al menos en el punto de la guerra en Ucrania, hay identidad entre demócratas y republicanos, una epifanía bipartidista que rara vez ve la luz y suele aparecer solo cuando hay conflictos bélicos de por medio.
Esto a pesar de que reiteró, como lo ha hecho toda la semana, que Estados Unidos no va a comprometer soldados en esa causa. Con la obvia ‘línea roja’ de que el atacado sea uno de los países socios de la Otán.
Su baja popularidad, que araña el 40 por ciento; las preocupaciones por la espiral inflacionaria del país, que llega a 7,5 por ciento, y los rezagos de lo desastroso que resultó la salida atropellada de las tropas estadounidenses de Afganistán han marcado su primer año de gobierno y –lo más grave para él– probablemente guíen el voto en las elecciones legislativas de medio mandato (8 de noviembre), cuyo pronóstico para el partido del burro no parece muy alentador, entre otras razones porque el expresidente Donald Trump sigue teniendo mucha fuerza y el partido del elefante aún se debate entre su mal ejemplo o seguir la línea de conservadores más moderados.
Sin embargo, la intervención de Biden del martes en la noche fue en general bien recibida, a la luz de las encuestas, que ubicaban entre 78 y 80 por ciento de personas que se mostraron favorables a sus planteamientos.
Lo demás fueron temas internos más dirigidos
al elector de noviembre, en un discurso que le da bríos a un Biden de quien se espera más.
“A lo largo de nuestra historia hemos aprendido esta lección: cuando los dictadores no pagan el precio de su agresión, provocan más caos”, dijo Biden en referencia directa a Putin, a quien tachó de “dictador”. “Putin no tiene ni idea de lo que le viene (...)”. Aplausos cerrados.
Pero quizás uno de los puntos cumbres de su intervención haya sido cuando invitó a ponerse de pie a la embajadora de Kiev en Washington, Oksana Markarova, para rendirles un homenaje a ella y a su pueblo, que valerosamente está resistiendo a un costo superlativo la embestida rusa.
La casi monolítica reacción de condena del mundo a la invasión rusa de Ucrania –como lo demostró ayer la votación en la Asamblea General de la ONU (141 a favor, 5 en contra, 35 abstenciones)–, el haber logrado dejar atrás –al menos de momento– las tradicionales fisuras en la Otán y el concurso para lograr una acción conjunta de los países en las sanciones contra el Kremlin muestran a un Biden más parecido al imaginario de quienes lo eligieron.
De hecho, para muchos líderes europeos, la guerra en Ucrania se está convirtiendo en una buena oportunidad para renovar su liderazgo o para sentar las bases de un cambio de era, como lo está haciendo el canciller Olaf Scholz, con su timonazo en la política de defensa alemana. Lo demás fueron temas internos más dirigidos al elector de noviembre, en un discurso que le da aire y bríos a un Biden de quien se espera más.
EDITORIAL