El año que termina ha sido de contrastes para la capital del país. Cercada por un mar de obras –más de 900, según el alcalde Carlos Fernando Galán–, Bogotá comenzó y finalizó el año con emergencias: la de los incendios y la de la escasez de agua que obligó a aplicar un racionamiento sin precedentes. Y el nuevo gobierno, eminentemente técnico, se percibe más como un equipo que ha apostado por la continuidad antes que por la novedad, si bien hasta ahora lleva un año de gestión.
En Galán ha tomado forma la máxima de construir sobre lo construido. Prácticamente todos los frentes de obra que se ejecutan hoy tienen que ver con proyectos de pasadas istraciones, como vías, troncales, puentes, andenes y demás, muchos de los cuales venían con serios retrasos. Esto ha afectado la movilidad de la gente, que al parecer ha decidido darle un compás de espera al gobierno y confía en los avances de iniciativas claves como el metro.
En materia de movilidad, lastimosamente la ciudadanía sigue prefiriendo la moto y el carro como opciones de transporte a sabiendas de la siniestralidad que provocan las primeras y los trancones que generan los segundos. El uso de la bicicleta mantiene sus márgenes y la ciudad ve, con cierta preocupación, el auge de patinetas y bicimotos.
Medidas como el pico y placa no han tenido mayor variación, excepto los fines de semana en días festivos. La Alcaldía ha optado por esperar a que se liberen varias obras de infraestructura para pensar en acciones más de fondo. Entre tanto, el parque automotor sigue creciendo y la figura del mal parqueo se ha hecho más evidente.
Seguridad es, como en todas las istraciones, el lunar. Aunque varios delitos están a la baja y deben reconocerse los golpes contundentes a estructuras criminales, el homicidio no cede fruto del ajuste de cuentas entre bandidos y al aumento de actos de intolerancia y violencia intrafamiliar. Pero el más preocupante, que reconoce el mismo Alcalde, es el de la extorsión, un crimen que requiere del apoyo de la Nación y la acción de la justicia para doblegarlo, cosa que no ha sido posible.
El alcalde Galán aplica la máxima de construir sobre lo construido, con eficiencia; ahora habrá que ver cuál será el sello adicional de su legado
El que termina fue un año de tensiones entre Bogotá y el Ejecutivo. Más que colaboración armónica hubo constantes reclamos por temas como el metro, el racionamiento o la ampliación de vías como la avenida Boyacá, bajo el argumento de afectaciones ambientales. Mala cosa para dos gobiernos que necesitan hacer causa común con una región cuyo aparato productivo es crucial para el desarrollo del país.
El año que viene estará enmarcado por la entrega de varias obras. El racionamiento de agua se mantendrá y la ciudad tendrá que seguir aplicando sus propias estrategias para que los males de la Nación no la afecten, como en el tema de los subsidios. Ya el Alcalde prometió que los programas sociales en la ciudad, por el contrario, se fortalecerán.
Galán y su equipo vienen cumpliendo con lo que se traía, muestra de gerencia y gestión; ahora hay que ver cuál será el sello adicional que imprimirán a su gestión. Y si algo pudiera sugerirse desde aquí, sería una apuesta decidida por la reactivación plena de la economía, que permita generar empleo para jóvenes y mujeres. Nada fácil, pero cuenta con el optimismo expresado por la gente y es otra forma de medir el talante de los gobernantes.
EDITORIAL