“Cali es Cali”. Es alegre y resiliente. Lo demuestra por estos días, cuando celebra, a todo timbal, su feria número 65, que comenzó en 1957, denominada entonces ‘Feria de la caña de azúcar’, orgulloso homenaje al producto agrícola que le ha dado tanto impulso económico al departamento del Valle.
La feria es muestra de esa Cali pachanguera que se sabe sobreponer, pues este evento fue una manera de retomar la vida, ya que el año anterior, 1956, una terrible explosión de seis camiones del Ejército cargados con dinamita borró medio centro caleño, cuando esa capital tenía unos 400.000 habitantes.
Hoy, por fortuna, después de otros duros momentos vividos el año pasado, hay ambiente de fiesta, ya que Cali inició su feria el pasado 25 de diciembre, con su ya tradicional Salsódromo, que también está de aniversario. Esta cita bailable, de esencia cultural y artística, cumple 15 años.
Es así como en la autopista Sur de la ciudad el ruido de motores y pitos de los carros es remplazado por grandes orquestas, más de 3.000 bailarines, 2.500 de 36 escuelas de salsa, numerosas comparsas, entre diversos actos. Puede decirse que es cuando Cali está en su salsa, sin desconocer que hay críticas a los gastos.
Y desde luego están los demás eventos tradicionales, entre ellos el encuentro de melómanos y coleccionistas, el emblemático y siempre romántico desfile de carros clásicos, que se llevaba a cabo ayer; la feria taurina o los encuentros culturales. Allí se dan cita más de 15.000 artistas nacionales e internacionales y alrededor de 200 orquestas del país y el extranjero.
En fin, la feria es la mayor festividad y expresión cultural de la capital del Valle, que genera cifras respetables en su economía, unos 400.000 millones de pesos, según estudios de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, y más de 30.000 empleos directos. Bien por Cali. Estas ferias son una necesaria pausa para una sociedad que recarga energías para retomar labores a buen ritmo.
EDITORIAL
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