La primera plana de EL TIEMPO del domingo 14 de enero de 1923 es una celebración de la coronación nacional del poeta Julio Flórez: “Todo nos llega tarde, dijo él en uno de sus versos más hermosos, pero no fue exacta su observación en cuanto a sí mismo se refiere”, dice el editorial. “Nos asociamos fervorosamente a su glorificación, acto hermosísimo, que honra tanto al glorificado como al país”, agrega antes de abrirle paso a una buena selección de sus poemas más populares.
La primera plana de EL TIEMPO del jueves 8 de febrero de ese mismo año da la noticia de su muerte: “Ayer murió en Usiacurí el gran poeta Julio Flórez”. Se cuenta que todo sucedió a las 10 y 10 de la mañana, pero que, como el fin no lo tomó por sorpresa, pues llevaba ya un buen tiempo enfermo, alcanzó a pedir que en su funeral no se pronunciaran discursos sino que se guardara silencio ante su tumba. Las multitudes que lo habían acompañado a su coronación, veinticuatro días atrás, se fueron encontrando en la plaza de San Nicolás para despedirlo. Era un poeta amado.
Flórez, el liberal, el sombrío, el bohemio, era de lejos el más popular de nuestros poetas. Había dejado de ser el artista famoso y rebelde, de negro siempre, al que señalaban al pasar por las calles bogotanas. Gracias a su joven esposa y a sus cinco hijos había llegado a viejo, bajo el calor del Atlántico, convertido en una sombra esperanzada: “Así, pues, Flórez, que fue durante tantos años el poeta de la muerte, había ya cambiado tanto en sus preferencias literarias que solo en unos pocos de sus versos de la última época da la nota fúnebre”, explica, en el diario del día siguiente, su amigo el poeta samario Gregorio Castañeda.
A pesar de sus críticos, que lo miraban de reojo por lo popular, por lo dramático, seguía siendo el más celebrado y el más recitado de todos. Resulta fascinante que su figura y su voz, que se fueron hace cien años, sigan siendo una estación inevitable en el viaje por la cultura colombiana.
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