Difícil encontrar un problema que afecte a tantas personas y haya sido objeto de tantos diagnósticos como el de la congestión vehicular en Bogotá. La dimensión de este atolladero urbano, que por estos días se ha vuelto más notorio, termina afectando a la gran mayoría de ciudadanos, independientemente de cuál sea el medio de transporte por el que opten, e impacta múltiples campos, desde la salud mental de la gente hasta la competitividad de la ciudad.
El informe publicado el domingo por este diario, motivado por el aumento de los trancones que la capital ha vivido en las últimas semanas, revive una discusión de vieja data y, además, le agrega nuevos elementos. Por ejemplo, el aumento de la tasa de motorización, que pasó de 117,4 por cada 100.000 habitantes en 2011, a 242,7 el año pasado. Aquí hay que añadir el dato de cómo ha crecido el número de motos registradas: 72,29 por ciento en la última década. También, el desarrollo de obras como las de las troncales de TransMilenio de la av. 68 y la extensión de las también troncales Cali y Caracas, entre otras intervenciones de la malla vial, actualmente en curso.
En este mismo trabajo periodístico, junto con impresionantes relatos de personas que han tenido que permanecer hasta tres horas en sus vehículos, presas, como es lógico, de la desesperación, expertos vuelven a plantear sus diagnósticos. Partiendo de la premisa de que un escenario de congestión cero pertenece al terreno de la utopía, los conocedores del asunto se refieren tanto a factores estructurales, como el del ordenamiento territorial, a raíz del cual muchos bogotanos y bogotanas deben efectuar largos desplazamientos para poder acudir a su lugar de trabajo, hasta la lamentable pausa que vivió la ciudad en la tarea inaplazable de construir infraestructura de transporte público: una década pasó entre la entrega de las troncales de la fase III de TransMilenio y el comienzo de las obras de las que hoy se construyen. Un buen sistema de transporte público que desincentive el uso del vehículo particular sigue siendo el norte hacia el cual se debe avanzar.
Un buen sistema de transporte público que desincentive el uso del vehículo particular sigue siendo el norte hacia el cual se debe avanzar.
Ahora bien, existen acciones que pueden implementarse en el corto plazo con potencial de traer algún grado de alivio. Aquí es donde debe enfocarse la istración distrital: mayor regulación para el cargue y descargue de mercancías y valores; más severidad con quienes, orondos, parquean en las vías, sobre todo en las arterias; agilizar la respuesta de las autoridades ante choques simples, gracias a las herramientas que brinda la Ley 769, recientemente aprobada, y revisar políticas como la de pico y placa solidario, así como la implementación de la semaforización inteligente, que hasta el momento no cumple su promesa de reducir hasta en un 30 % los tiempos de desplazamiento. Así mismo, las empresas pueden aportar lo suyo con horarios escalonados de ingreso y facilitando el teletrabajo.
Este tiene que ser un esfuerzo común, pero sin olvidar la importancia crítica, sobre todo ante esta situación, de construir sobre lo construido. Como ya se dijo, el actual trancón se debe, en buena medida, a que la política ha impedido que la capital haya podido avanzar en este frente clave. Aquí el llamado es claro: los proyectos en curso son una luz de esperanza que de ninguna manera puede apagarse.
EDITORIAL