La calidad del aire que se respira en Bogotá ha sido una de las preocupaciones centrales de sus ciudadanos desde hace un buen tiempo. Y no es para menos: la ciudad aparece en el ranking de las más contaminadas del mundo, debido al tamaño de su población, su densidad y, cómo no, al impacto que producen los 3 millones de vehículos –incluyendo motos– que ruedan por sus vías. Y ahora que existen sofisticados sistemas de monitoreo a los que la gente puede acceder fácilmente, el tema cobra mayor atención.
Hasta hace apenas un lustro se responsabilizaba, entre otros, al sistema de transporte público de ser uno de los causantes de esta debacle, a pesar de que la flota de TransMilenio aporta menos del 2 por ciento de los agentes contaminantes. El grueso del problema corre por cuenta del transporte de carga, vehículos viejos, las motos, los carros y el mal estado de las vías.
No obstante, un grupo de expertos se dio a la tarea, en el año 2015, de empezar a hacer mediciones específicas y detalladas sobre la huella que dejaba en las estaciones y sus alrededores el paso de los buses articulados. Y los resultados fueron devastadores. Si bien estos vehículos no eran la causa principal del problema, las estaciones cerradas sí se convirtieron en trampas mortales para sus s.
Los investigadores hallaron que, entre 2015 y 2017, una persona podía recibir, en dos horas de viaje dentro del sistema, el doble de los efectos contaminantes de los que recibiría si estuviera 24 horas andando por la ciudad, con todo lo que ello implica para su salud, pues se trataba del consumo de carbono negro, resultante de la combustión del diésel.
Esta información fue determinante para que en 2019, durante la istración Peñalosa, se diera un paso decisivo: el cambio de más de 1.500 buses de la flota de TransMilenio de las fases I y II a tecnologías más limpias, es decir, a diésel con filtro (Euro V) y a gas (Euro VI). Para 2020, solo el 3,9 por ciento de la flota seguía siendo Euro II y Euro III, mientras que el 33,4 por ciento se había convertido a gas y el 31,5, a diésel Euro V.
Garantizar un aire más limpio requiere esfuerzos adicionales, como el control del transporte de carga, motos, carros e industria
¿El resultado? Una buena noticia para Bogotá: la reducción del 80 por ciento en la exposición de las personas a carbono negro, que es, entre otros factores, el segundo causante del cambio climático. Esa es la conclusión de un estudio que acaba de publicarse en la revista ‘Environmental Science & Technology’.
Entre 2020 y hoy, durante la gestión de la alcaldesa Claudia López, TransMilenio también ha dado paso a la incorporación de una flota de buses eléctricos, para el componente zonal, lo que convierte a la ciudad en la segunda de América Latina con el más alto componente de este tipo en el transporte público, después de Santiago de Chile.
Hace poco, la alcaldesa Claudia López informaba que ya son 1.944 buses con energías limpias: eléctricos, de gas y diésel Euro VI.
Pero garantizar un aire más limpio requiere esfuerzos adicionales, como el control del transporte de carga, motos, carros e industria, que producen partículas ultrafinas que impiden una mejoría plena. Ese es el reto de Bogotá y las demás ciudades del país y un asunto que los candidatos debieran incluir en sus agendas. Ya se ha dado un paso clave, pero estamos lejos del resultado ideal.
EDITORIAL