No es extraño que a la hora de hacer pronósticos en materia de crecimiento los expertos se equivoquen, pues la economía es una ciencia inexacta. Lo que sí es inusual es que todos erren al unísono, como ocurrió a mediados de esta semana, cuando el Dane dio a conocer el dato sobre la evolución del producto interno bruto (PIB) durante el tercer trimestre de 2023.
En contra de las proyecciones que hablaban de un incremento anual moderado, la entidad estatal reportó una contracción del 0,3 por ciento. La cifra puede parecer menor, pero es inusual en un país que en condiciones normales siempre avanza.
De hecho, si se hace abstracción de la circunstancia extraordinaria de la pandemia, es la primera vez en casi un cuarto de siglo que la actividad productiva muestra números en rojo. Con razón, el gerente del Banco de la República describió lo sucedido como una “sorpresa negativa”.
A la luz de lo ocurrido, las expectativas se han deteriorado. El Emisor ve probable que al cierre del año la expansión del PIB no llegue ni siquiera al uno por ciento. De tener la mejor evolución en el contexto latinoamericano entre 2019 y 2022, ahora la economía colombiana se ubica en la parte baja de la tabla, muy por debajo del promedio regional. Cuando se miran las causas de esta situación saltan a la vista los tropiezos que experimentan varios sectores claves. Desde el punto de vista de la oferta, los peores guarismos les corresponden a construcción, industria y comercio.
Así, la primera refleja el descalabro del ramo edificador, afectado en parte por los bandazos en la política de vivienda, y de las obras civiles, pues el impulso a la infraestructura pasó a un segundo plano. En lo que atañe a manufacturas y ventas de los almacenes, estas acumulan meses de retrocesos.
La causa principal de tan deplorable realidad es una demanda interna que experimenta un fuerte descenso. Aparte de que el consumo de los hogares, otrora vigoroso, ahora apenas sube, la gran inquietud es la formación bruta de capital fijo –que se asemeja a la inversión–, la cual muestra una descolgada del 11 por ciento. Particularmente grave es que el renglón de maquinaria y equipo se reduce en 15,8 por ciento. Ello no solo golpea el dato actual de la economía, sino que plantea serios interrogantes hacia el futuro en la medida en que la capacidad productiva apunta a ser menor.
Entre las explicaciones que se le dan a lo que ya no es un frenazo sino una marcha atrás está el aumento de las tasas de interés, como consecuencia del empeño del Banco de la República en poner la inflación en cintura. Según se ha probado tantas veces, un mayor costo del dinero es la fórmula indicada para que el valor de la canasta familiar no se desborde.
No obstante, aunque se sabía que encarecer los créditos acabaría enfriando el apetito de la gente y las empresas por gastar más, las cosas empeoraron por efecto del desánimo de los consumidores y el mal clima de los negocios. Como resultado, en lugar del aterrizaje suave que se ve en decenas de naciones que utilizaron una receta similar para controlar la carestía, en nuestro caso tuvimos un verdadero ‘barrigazo’. Semejante emergencia hace urgente la toma de medidas correctivas. Desde hace meses, gremios y observadores le han solicitado al Gobierno poner en marcha un plan de choque, consistente en acelerar la marcha de la inversión pública, que debería concentrarse en aquellos capítulos con encadenamientos industriales y que generen empleo.
En lugar del aterrizaje suave que se ve en decenas de naciones que utilizaron una receta similar para controlar la carestía, en nuestro caso tuvimos un verdadero ‘barrigazo’
Lamentablemente, lo que se ve es un retraso en la ejecución del presupuesto nacional, sobre todo en lo que más impacta el sector real. A lo anterior se agrega la incertidumbre ocasionada por un paquete de reformas muy criticado, junto con el efecto de los mensajes hostiles hacia el sector privado.
Lejos de llamar al diálogo, la actitud de la Casa de Nariño consistió en proponer mayores gastos gubernamentales y, de paso, poner sobre la mesa el quitarse la camisa de fuerza que impone la regla fiscal. Esta, definida por una ley de la República, establece parámetros orientados a evitar que el déficit de las finanzas estatales se desborde. Mal haría el país en escuchar tales cantos de sirena y echar por la borda décadas de manejo responsable de la Hacienda pública. Lo que corresponde, en cambio, es trabajar en reconstruir la confianza, cuya ausencia es la gran responsable de la postración de la economía colombiana.
No hacerlo eleva el riesgo de que suba la desocupación y haya una desmejora aguda de la calidad de vida de los ciudadanos. Como se dice, un buen crecimiento no es una condición suficiente pero sí necesaria para que soplen los vientos del progreso.
Seguir como vamos sería lamentable, para no hablar del error garrafal de dar saltos al vacío. Por eso el llamado a la istración Petro es a enmendar la plana y unir en lugar de dividir, para que entre todos logremos que la economía colombiana salga cuanto antes de este bache.
EDITORIAL