Fue noticia mundial la semana pasada la reelección de Xi Jinping como presidente de China, para un tercer mandato, durante la plenaria de la 14.ª Asamblea Nacional Popular.
Algo histórico, en tanto Xi se convertirá en el líder con más tiempo en el poder desde Mao Zedong. Además, la creciente importancia e influencia de la potencia en el sur global –parte de una política exterior con acento cada vez mayor en el expansionismo– obliga a seguir muy de cerca lo que suceda en este país. Basta ver cómo proyectos claves de infraestructura en Colombia, como el metro de Bogotá y el regiotram de Occidente, están en manos de empresas de esa nación. El nuevo escenario de la geopolítica, determinado por la guerra entre Rusia y Ucrania, las consecuencias de la pandemia de covid-19 y por los vientos de tormenta que soplan en la política interna de Estados Unidos, le han dado a Beijing un rol clave en una coyuntura marcada por la incertidumbre y la volatilidad.
Tomando nota de todo lo que viene ocurriendo en el mundo, China, de la mano de Xi, ha venido endureciendo su postura frente a temas críticos, como sus aspiraciones sobre Taiwán, al tiempo que se siente más fuerte en su disputa con Estados Unidos en campos comerciales y tecnológicos, tensión que ha tenido desarrollos recientes, como el veto a la aplicación TikTok, en el ámbito oficial del país del Norte y de la Unión Europea.
Frente a este contexto, el presidente chino ha optado por una política exterior tendiente más al garrote que a la zanahoria, rodeándose de funcionarios cuyo perfil equivaldría al de los halcones de la política estadounidense. Aunque analistas descartan una confrontación bélica en el corto plazo, más con el espejo de Ucrania a la mano, para el largo plazo las previsiones son mucho menos halagadoras.
El mundo entero hace votos para que la diplomacia sea eficiente y logre edificar un giro al optimismo.
EDITORIAL