A falta todavía de conocer los resultados y las conclusiones de la cumbre anual del clima, COP27, que concluirá el próximo viernes, la intervención del presidente Gustavo Petro, el lunes pasado, generó diversas reacciones a lo largo de la semana.
En su línea ya conocida de aprovechar foros de alcance mundial para perfilarse como líder regional de causas que conciernen a buena parte del planeta, el primer mandatario presentó un decálogo que contiene su visión de cuál debe ser la ruta que tome la humanidad para evitar una catástrofe e incluso, en sus palabras, la misma extinción de la especie.
Sobresalen entre los diez puntos el que el “mercado y la acumulación de capital no son mecanismo” para superar esta crisis; la necesidad de una “planificación pública, global y multilateral”; la necesidad de desvalorizar la economía de los hidrocarburos; la insistencia en su válida y sensata propuesta al Fondo Monetario Internacional para que tenga lugar un “cambio de deuda por inversión en adaptación y mitigación” y un nuevo llamado para que el mundo apoye económicamente la tarea urgente de salvar la selva amazónica, diez por ciento de ella ubicada en territorio colombiano.
Es claro que varias de estas propuestas se ubican en la línea de los esfuerzos que pueden ayudar a subsanar las deudas globales con el medioambiente. Hoy pocos dudan, con base en la evidencia científica, que mediante una adecuada transición el mundo tendrá que prescindir de los combustibles fósiles, que el Amazonas es un pulmón del planeta absolutamente esencial para capturar, junto con los océanos, dióxido de carbono y que las transformaciones que no dan espera son mucho más viables en un mundo en paz que en uno marcado por la guerra, tal y como lo está demostrando el conflicto Rusia-Ucrania.
Para que el esfuerzo del Gobierno sea exitoso es necesario optimizar los mensajes a la luz de un realismo global y local
Otros puntos, en cambio, son cuestionables. Experiencias de la historia reciente demuestran que los grandes entes centrales planificadores suelen suponer unas inercias que no solo son poco eficientes, sino propensas al totalitarismo, así como no se puede desconocer que los incentivos del mercado son fundamentales para que los esfuerzos que se hacen desde la ciencia y la innovación para que el costo ambiental del desarrollo sea cada vez menor.
Para que el meritorio esfuerzo del Gobierno colombiano sea exitoso es necesario optimizar los mensajes a la luz de un inevitable realismo global y local. Y esto obliga a priorizar y a tener muy claro en qué frente el aporte de Colombia puede ser más fructífero, sin causar incertidumbres en la economía del país. Tras los anuncios y los discursos, lo que viene ahora es un arduo trabajo diplomático, ese que siempre es necesario y difícil. Pero antes, para guiarlo, para que sea eficaz, es clave establecer qué es lo más concreto que puede sumar Colombia a esta causa: ¿frenar la deforestación, que viene disparada? ¿Lograr que Venezuela se comprometa a detener el deterioro de su selva amazónica? ¿Comprometer a los países firmantes del reciente pacto de Leticia? Aquí bien vale el adagio popular que invita a concentrarse en lo urgente, sin desconocer el rumbo que marca lo importante.
EDITORIAL