Un fenómeno cultural planetario. Eso es TikTok, el principal producto de exportación chino en el competido espacio de las redes sociales, que congrega a más de 1.000 millones de s y, el año pasado, facturó más de 10.000 millones de dólares en publicidad. La plataforma es un volcán que arroja permanentemente nuevas tendencias y contenidos virales.
Como todas las aplicaciones de su tipo, TikTok almacena infinidad de información sobre sus s. No solo datos como el correo electrónico, sino detalles más privados, como sus patrones de navegación en la red. Esto preocupa a ciertas potencias extranjeras, que no confían en la integridad de la ‘muralla china’ entre las bases de datos de TikTok y el gobierno del gigante asiático. Inquieta a estas naciones que la aplicación pueda ser usada como herramienta de espionaje masivo a sus ciudadanos. Con una preocupación adicional: el potencial uso de la plataforma como arma informativa, para difundir noticias falsas favorables a los intereses de Pekín. Por estos motivos, Canadá, Europa y más de la mitad de los estados de Estados Unidos han restringido el uso de TikTok en celulares oficiales. En el Congreso de EE. UU. se debate incluso una veda total de la red social, como la que ya existe en la India.
Una prohibición de ese alcance abriría un complejo debate sobre libertad de expresión. Y se enfrentaría a lacerantes reclamaciones chinas en instancias diplomáticas y comerciales, como ya está ocurriendo, a pesar de que redes sociales como Facebook están proscritas en ese país. Todo en medio de un contexto de enrarecimiento de las relaciones entre China y Estados Unidos.
Cualquier medida que se adopte, sin embargo, debe ser estudiada con cuidado, en particular con relación al daño que se le pueda infligir a la libertad de información. El dilema consiste en resolver si será necesario que para blindarse de la potencial amenaza china, Occidente acabe adoptando las mismas prácticas de censura que ha denunciado en ese país.
EDITORIAL