Se abre paso la cultura, pese a todo, como ha sido siempre. A pesar de los reveses y las incertidumbres propias de los meses pasados, las artes, las academias, los activismos, las gastronomías siguen pensando y recreando –como digiriéndolo en nombre de estas sociedades– el mundo que suele tomarnos por sorpresa. Será así este año.
Pero, ante la evidencia de que los tiempos difíciles continúan y luego de tantas muestras de resistencia e ingenio, no sobrará que redoblen esfuerzos los gestores culturales tanto de los sectores gubernamentales como de los sectores privados.
Circula por las cadenas de WhatsApp, y ha sido publicada en las redes sociales de algunos del sector de la cultura, una caricatura que resume cómo se ha sentido desde adentro la actitud del Gobierno: se trata del dibujo de un avión convertido en teatro con la esperanza de recibir el apoyo que sí han recibido las aerolíneas. Han sido ampliamente comentadas asimismo las declaraciones del nuevo ministro de Cultura sobre las dificultades para hacer “una gran producción en Colombia”: “No hay suficiente capacidad técnica en lo no creativo y lo no artístico”, dijo, y pareció desconocer el avance y la presencia de nuestros técnicos en tantos espectáculos del planeta.
Se pone a prueba la capacidad de los artistas y de los gestores para seguir abriéndoles paso a las obras que suelen servirle a la salud mental de todos.
Resulta apenas justo reconocer los esfuerzos de instituciones nacionales e instituciones regionales para aliviar la crisis innegable de los cines, las salas de conciertos, los teatros, las librerías, las galerías, las ferias, los festivales, los carnavales, en estos tiempos en los que –sin eventos presenciales y sin claridades para lo que viene– han visto disminuir dramáticamente sus públicos. Es inevitable, sin embargo, reconocer que tanto la caricatura del avión hecho teatro como las críticas a las declaraciones del ministro vienen de los propios de unas industrias que se niegan a ser miradas con condescendencia por un Gobierno que tanto ha hablado de promoverlas.
La esperada normalidad aún no se asoma en el horizonte. Le espera al amplio sector de la cultura, que en 2020 supo sobreaguar y reafirmarse, un año en el que tendrá que redoblar sus esfuerzos y seguir renovando sus modos de encontrarse. Sabrá hacerlo, claro, porque esa creatividad y esa resistencia han sido su naturaleza desde siempre. Y sabrá el público, ávido y solidario, responder a sus esfuerzos. Pero mientras vuelven a ser posibles las reuniones en los espacios cerrados, y mientras los espectadores y los lectores y los auditorios se van acostumbrando a las nuevas maneras de dar con las ficciones y con las artes, resultan importantes los apoyos decididos –y los alivios– de nuestras instituciones.
Este 2021 que ha heredado las incertidumbres será un año definitivo para la cultura porque no solo seguirá cumpliéndose, de formas nuevas y democráticas, el calendario de festivales y de ferias que se había consolidado antes de la pandemia, sino que se pondrá a prueba la capacidad de los artistas y de los gestores para seguir abriéndoles paso a las obras que, más que nunca, son necesarias, pues suelen servirle a la salud mental de todos.
EDITORIAL