A concertación con la CAR, en su componente ambiental, acaba de entrar el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) ‘El renacer de Bogotá’, en aras de que la iniciativa pueda seguir avanzando hacia el Concejo, donde deberá ser aprobada finalmente si todo sale bien. Será el tercer intento por sacar adelante una norma clave para la ciudad, luego del fallido proceso en las istraciones Petro y Peñalosa, además de los cambios a los que tuvo que ser sometido después del relevo en la Secretaría de Planeación del actual gobierno.
El POT es la herramienta que sienta las bases para la planificación de la ciudad en los próximos 12 años. Todo un desafío si se miran con detenimiento los problemas que la pandemia ha sacado a relucir y que demandan profundas soluciones para atender fenómenos como la desigualdad e inequidad que registra la capital o la falta de políticas claras para hacerle frente al cambio climático. Y todo ello pasa por definir qué tipo de ciudad se quiere y cómo aprovechar mejor el espacio del cual se dispone.
Las primeras puntadas que se han conocido del POT de Bogotá reflejan –como toda iniciativa de su tipo– una urbe ideal, en perfecta armonía con la naturaleza y con sus habitantes; productiva e incluyente. Pero conseguir eso requiere reglas claras, compromisos ineludibles, debates juiciosos y sensatez a toda prueba, que priorice el bienestar común como fin último.
Bogotá vive
un momento excepcional: una nueva dinámica regional, cambio de su Estatuto Orgánico y POT. No se puede equivocar.
Por ahora, se destaca que la Alcaldía haya sintonizado varios temas con el momento que viven otras capitales del mundo, particularmente en Europa, donde se apuesta por las llamadas ciudades de 15 o 30 minutos, lo que implica toda una transformación de su dinámica social, sus centros de producción, la ubicación del transporte público, la vivienda, los colegios y toda la red de servicios que provee.
Hacia allá apunta la idea de crear 32 unidades de planeación local (UPL) con el fin de generar nuevos equilibrios en zonas que hoy carecen de dinámicas económicas que les permitan generar empleo, como Ciudad Bolívar o Usme, por ejemplo.
Y en ese mismo sentido se sugiere el desarrollo de dos líneas de metro –adicionales a la que fue contratada en el gobierno pasado– y seis cables aéreos; casi 600 km de ciclorrutas y 218 de andenes, una señal que desincentiva el carro particular al tiempo que traslada cargas urbanísticas para espacio público.
Entre los desafíos mayores está el de vivienda. El Dane ha estimado que se necesitan más de un millón de soluciones en los próximos 10 años. Si bien proyectos como Lagos de Torca o Reverdecer de Tunjuelo ayudarán en este sentido, el nuevo POT le debe poner punto final a la paquidermia en la aprobación de planes parciales y en generar más incentivos que eviten la expulsión de bogotanos hacia los extramuros de la ciudad.
Falta mucho por discutir y hay que hacerlo con serenidad. Bogotá atraviesa un momento excepcional, y no solo por la pandemia, sino porque está inmersa en tres acontecimientos históricos: la conformación de la región metropolitana, el cambio de su Estatuto Orgánico (a punto de ser ley) y el POT. La conjunción de estos tres elementos definirá su rumbo definitivo. Y no se puede equivocar.
EDITORIAL