Una vez más hay que elevar un clamor para que el país mire al Cauca. Tres hechos recientes han servido para recordar que sus habitantes siguen viviendo bajo el permanente acecho de grupos criminales que tienen en la mira a todo aquel que dé señales de querer apostarle a la vida, en un contexto en el que son tantas las fuerzas que quieren imponer sus lógicas de muerte.
Primero fue el asesinato del líder indígena Miller Correa, quien fue encontrado muerto el pasado martes 15 de marzo en Popayán. Correa, que recientemente había recibido amenazas firmadas por las ‘Águilas Negras’, fue enterrado el viernes en medio del dolor de miles de integrantes del pueblo nasa. Ya son 14 los indígenas asesinados este año en ese departamento.
Luego, en el puente festivo, se conoció la terrible noticia del asesinato, en Argelia, de Richard Nilson Betancourt, líder social, presidente de la junta de acción comunal del sector de Santa Clara y cofundador de la reserva ambiental serranía Pinche-Santa Clara. Lideraba la atención a las familias desplazadas por los constantes enfrentamientos que se siguen registrando en la zona entre grupos armados. Con Betancourt ya son, según Indepaz, 43 los líderes sociales asesinados este año en el país. Este crimen ocurrió poco después de que el grupo que se hace llamar ‘Carlos Patiño’ secuestrara a 20 personas acusadas de consumir sustancias sicoactivas. Cinco de ellas, incluidos cuatro menores –entre ellos una niña de 14 años–, aparecieron muertas después.
Cuantas veces sea necesario, hay que decir que el país tiene un departamento con varias zonas en las que hoy la ciudadanía vive un verdadero infierno. Lugares en los que cualquier palabra o gesto que se oponga al crimen organizado es una sentencia de muerte. Y esto es gravísimo. La solución no se puede limitar a la presencia militar. Entender que no se puede descansar hasta que las lógicas de la muerte sean desactivadas tiene que ser el primer paso, que no da espera, pues muchas vidas están en peligro.
EDITORIAL