Hace cinco años, por esta época, el mundo desplegaba, con temor, estrategias para enfrentar el virus del Ébola, pues su presencia se hizo manifiesta en lugares diferentes del continente africano, donde siempre se mantuvo contenida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y los ministerios de Salud, incluido el colombiano, percibieron cercano este virus que mata a 9 de cada 10 personas que se contagian.
Las alarmas se prendieron ante la amenaza de una epidemia global que fácilmente podría afectar el continente americano, dado que algunos estadounidenses que tuvieron o con el virus regresaron a su país. Eran los primeros casos de ébola tratados por fuera de África. Incluso, mientras los muertos aumentaban en Liberia, Sierra Leona y Guinea, por estos lados del mundo se pisó el acelerador en busca de una vacuna que llegó a anunciarse como un hecho cumplido.
Pero el virus pasó de moda, y la amenaza cinematográfica de una mortandad similar a la peste medieval se convirtió en una anécdota. Y, como siempre ocurre, las medidas sanitarias contra este virus se volvieron a archivar.
El ébola reaparece hoy en el mundo con una arremetida mayor que la de hace unos años. En pocas semanas ha dejado ya más de 2.000 contagiados, de los cuales hoy han fallecido 1.346.
Lo anterior, con el agravante de que siguen existiendo las mismas posibilidades de que salte de continente, y se le suma que es la primera vez que el temible mal, con su condición mortal, afecta una zona en guerra: la República Democrática del Congo. No es un dato menor, porque la OMS acaba de anunciar que en esas condiciones son casi nulas las probabilidades de contener el brote, y muy altas las de que se disemine por el mundo.
De manera que pensar que el ébola es un asunto de África es equivocado. Sin entrar en pánico, ya es hora de sacar las estrategias de los cajones y desempolvar los trajes que el sistema compró hace cinco años para recibir el virus por estos lares.