China ha concitado esta semana la atención del mundo, y en particular de Colombia, por tres hechos relacionados con sus objetivos geopolíticos y económicos a corto plazo y que están enmarcados en la visión que tienen respecto a su relación con Estados Unidos, por lo que hay que analizarlos en ese contexto.
El primero, el anuncio del desescalamiento de su batalla comercial con Washington por los aranceles mutuos, una decisión a la que se llegó tras arduas negociaciones y que le da un respiro a la economía del mundo por 90 días.
No significa que cese la incertidumbre –uno de los peores males que aquejan al sistema económico global–, pero al menos vuelve a poner la pelota en el campo de las negociaciones mientras ve la luz un acuerdo definitivo. EE. UU. se compromete a reducir los impuestos de importación a China del 145 al 30 por ciento, mientras que el gigante asiático hace lo propio del 125 al 10. Es decir, se regresa casi que a la fotografía que había antes de que Trump desatara el enfrentamiento, pero, un mes después, con alertas de un retroceso serio de la economía mundial y de despegue de la inflación global, de amenazas sobre los empleos de millones de personas, de la contracción de una décima del PIB de EE. UU. y de la mayor caída del dólar respecto al euro de los últimos años. Por eso es pertinente la pregunta de si la ya conocida y agresiva estrategia transaccional de Trump funcionó con los chinos. La respuesta parece, de momento, ser no, a la luz de los datos que reflejan que aunque el magnate lo ha mostrado como una rotunda victoria, luce más como un tiro en el pie.
Están en juego la estabilidad económica y la capacidad exportadora que sostiene empleos y el bienestar de miles de familias.
El otro hecho clave fue la cumbre China-Celac, en la que Pekín prometió 9.200 millones de dólares en créditos para el fomento de América Latina y el Caribe, en momentos en que la región atraviesa serias dificultades en su relación con EE. UU., por las políticas migratorias y económicas. China se presentó ante los invitados como un socio fiable en tiempos de “confrontación” y “proteccionismo”, un dulce demasiado atractivo para países que en la última década y tras la pandemia han sufrido estancamientos económicos y deterioros institucionales y que han perdido la atención de la superpotencia.
China es ya el principal socio comercial de Brasil, Perú y Chile, y aunque EE. UU. sigue siendo el de Colombia, ya las importaciones chinas superan a las estadounidenses. Por eso –y acá tocamos el tercer hecho– el paso dado por Colombia a la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto de cooperación e inversión china, ha desatado una tormenta, pues el Departamento de Estado lo calificó de “decepcionante y contraproducente”, a lo que sumó el veto a la financiación de la banca multilateral a proyectos del gigante asiático en Colombia.
Sin detrimento de la soberanía y autonomía del país en estos temas, quedó en evidencia que el momento político para dar este paso no era el adecuado. Lo que queda es que la diplomacia obre y la prudencia aconseje no usar esto como un elemento político interno para desarrollar un sentimiento antiestadounidense en un año preelectoral. Lo que está en juego es la estabilidad económica y la capacidad exportadora que sostiene empleos y con ellos el bienestar de miles de familias. Con eso no se juega.