Las inesperadas pero siempre bienvenidas lluvias de los últimos días han permitido, por fortuna, pasar la página de los incendios de finales de enero en los cerros orientales de Bogotá. La temporada húmeda que irrumpió en el país cuando los pronósticos apuntaban a un febrero seco y con temperaturas récord fue, sin duda, un alivio.
Aun con el feliz desenlace, es bueno recordar la importancia de la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá, como se les conoce a las montañas, que son también límite natural de la ciudad, con la excepción del Sumapaz. Es necesario dejar abierto el debate sobre su futuro, lo que incluye las acciones urgentes de protección y para que la próxima temporada seca y calurosa se minimice el riesgo de incendios.
Y es que el fuego de finales de enero encendió la discusión sobre lo inconveniente que fue haber sembrado dichas laderas de especies foráneas como la acacia, el pino y el eucalipto, que arden con facilidad. Luego llegaría una invasora que es letal en materia de propagación de las llamas como el retamo espinoso. Pero es fácil juzgar el pasado con lentes del presente: es mejor creer que quienes en su momento obraron así, ante unas montañas devastadas por el uso de leña para cocinar en la ciudad, no tenían la información y el conocimiento que hoy se tiene.
Hay que comenzar por valorar que hoy sea otra la mirada de la ciudad a sus cerros. Algo muy humano tal vez, hizo falta verlos en riesgo para que aumentara la consciencia sobre su valor. No solo son un pulmón, sino también son un bello e inspirador marco para la ciudad y cuentan con un potencial importante en términos de turismo ambiental, debidamente regulado para no causar daño a los ecosistemas.
Hay que comenzar por valorar que hoy sea otra la mirada de la ciudad a sus cerros. El riesgo hizo que creciera la consciencia.
En este orden de ideas, así como el centro de Bogotá ha tenido gerentes y se han propuesto varios planes para su recuperación, bien podría suceder lo mismo con los cerros. Se necesita trabajar no solo en su restauración ambiental, que no se puede confundir con la simple reforestación, sino también en obras que permitan mantenerlos a salvo del fuego en las temporadas secas que están por venir. Más allá de la discusión que generó el frustrado sendero propuesto por Enrique Peñalosa en su segunda alcaldía, es claro, y en esto coinciden ambientalistas, que es necesario que los cerros cuenten con por lo menos con caminos que faciliten el trabajo de los bomberos.
Que exista la Reserva Forestal y que se estén adelantando ya acciones concretas para restaurar el bosque andino que alguna vez cubrió estas montañas son pasos alentadores. La Universidad Distrital, fruto de un convenio con la CAR y el Acueducto, propietario de buena parte de los terrenos, ha formulado un plan de rehabilitación y revegetalización con fines de restauración, el cual debe seguirse. Requiere, por supuesto, de apoyo presupuestal.
El potencial de los cerros, reiteramos, es enorme en términos de mitigación del cambio climático y de aumentar la calidad de vida de la ciudadanía. Hay que cuidarlos, conocerlos y aprovecharlos. Sin excesos, bajo la guía de los expertos que saben cómo lograr que puedan disfrutarse sin que esto implique obstaculizar su necesaria restauración.
EDITORIAL