La calidad del espacio público es un indicador importante para medir el bienestar que una ciudad ofrece a sus habitantes. El peatón es quien más debería beneficiarse de las múltiples intervenciones urbanas que realizan y no un convidado de piedra. Infortunadamente, de esto no se ve mucho en nuestras ciudades. En ellas prevalecen la invasión de andenes, plazoletas y puentes peatonales, infraestructuras en mal estado, o inexistentes, y carros, talleres de mecánica y toda suerte de obstáculos que atentan contra el transeúnte.
En Bogotá, un reciente informe en este diario daba cuenta de que tres millones de viajes al día se hacen caminando. Las mujeres hacen el 61 % de estos a pie y los hombres, el 38 %. Y más o menos el 43 % de las actividades de los jóvenes también las ejecutan a pie. Por lo mismo, es el peatón el más expuesto en el entorno vial. Según el mismo informe, en 2019 un caminante murió cada 37 horas por causa de un incidente que pudo evitarse.
Las causas para todo esto son evidentes: no hay políticas para la construcción de andenes dignos, la ciudad hace los suyos y los constructores, igual, y la misma comunidad acomoda el espacio a su conveniencia. Por eso, abuelos, niños y mujeres con coche se ven a gatas para poder transitar por ellos.
Ahora la Alcaldía Mayor, en cabeza de la Secretaría de Movilidad, anuncia que este será el año para quienes caminan la ciudad. Ello implica que habrá un mayor énfasis en el diseño y construcción de andenes, de su recuperación, de señalización, iluminación, seguridad, pero sobre todo una campaña de pedagogía para entender que a los peatones se les debe proteger y garantizar su derecho al disfrute de un espacio que les pertenece. Será una política de largo plazo, pues quedará incluido en el POT, y para la cual se invertirán tres billones de pesos.
Desde ya nos sumamos a acompañar tal iniciativa. La istración adquiere un compromiso complejo, pues hoy por hoy el espacio para la gente tiene múltiples intereses y múltiples enemigos, pero vale la pena el esfuerzo.
EDITORIAL